El retrovisor

Días de incienso y mantilla

Manolas en la plaza de Jueves Santa en la plaza de Belluga. 1960. Foto: Archivo / TLM

Manolas en la plaza de Jueves Santa en la plaza de Belluga. 1960. Foto: Archivo / TLM

Miguel López-Guzmán

El estrés, la comodidad, el sentido práctico de la vida de hoy, en el que las nuevas modas se decantan por mostrar glúteos, pezones, y potorros a través de groseras transparencias o de tejanos descosidos y harapientos, que declararon fuera de lugar durante un tiempo a la tradicional mantilla española.

La mantilla en la manola brilla por sí sola: gracia, señorío, la distinción y elegancia, son razones de peso para su lucimiento. La mantilla es una prenda para usarla en contadas ocasiones como son las ceremonias solemnes en Semana Santa.

Desde unos años hasta ahora, la mujer ha vuelto a descubrir la peineta y la mantilla, sabedora de las excelencias que aporta al cuerpo femenino. Merece la pena dedicarle en estos días el tiempo necesario para colocarla con gracia y para lucirla con la categoría que merece. Ni las aglomeraciones, ni el ajetreo actual justifican su deserción. Para estas fechas, prácticamente únicas en que se usa la mantilla, es fácil prescindir del ajetreo y de las prisas de nuestros días.

Es normal sentirse atraídos por la comodidad, que también tiene su encanto , pero sería bonito que la mujer española pusiera de vez en cuando de moda, el maravilloso sabor de nuestras tradiciones.

El traje negro, corto, de líneas sencillas y elegantes, es el mejor complemento de la mantilla. Una prenda nada banal, sino de gran contenido.

La mantilla es un artificio que la mujer encontró para acabar en ensoñación, en juego y en gracia. Si tiene buena planta y estatura, le favorece, porque la lleva como bandera en alto. Si es de estatura menor, le favorece también como un marco. Atrae la atención sobre la cara, la aísla y la enmarca. En el extranjero, pongamos por ejemplo Roma, en las grandes congregaciones solemnes, se distinguen; flotan sobre la muchedumbre. ¡Españolas! Dicen quienes las que las ven pasar. Una prenda de gran belleza y donaire que siempre atrajo a los grandes artistas plásticos desde Goya a Sotomayor, de Ignacio Zuloaga a Federico Madrazo.

El Jueves Santo y sus estaciones penitenciales, cortejos procesionales en los días de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, se llenan de belleza junto a la imaginería de los tronos gracias al donaire y la elegancia del luto que confiere este hermoso complemento. Aromas de azahar, incienso y cera envuelven a manolas. La mantilla nunca pasará de moda, aunque la simplicidad de la vida moderna haya tratado de erradicarla. La mujer se siente atraída por el encaje y el empaque con el que la belleza femenina se ve envuelta. Días de penitencia que recuerdan aquellos otros más piadosos del ayer, cuando los locales públicos quedaban en silencio y en las salas de cine tan sólo se proyectaban películas de índole bíblico. El redoble del tambor y las cornetas anuncian la llegada de la procesión, nazarenos, samaritanas y romanos, se entremezclan, acompañando la belleza de los tronos, y tras ellos, las piadosas mujeres murcianas acompañan a Jesús y María hasta el Gólgota, entre aromas de incienso, flores y cirios derrochando belleza con la mantilla tan española.

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