La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Morder el polvo

De todos los retos que la vida nos pone por delante, de todos los acontecimientos dramáticos que nos sobrevienen, hay una situación concreta que pone a prueba nuestra fe en nosotros y el mundo que nos rodea. Ese momento crítico nos persigue hasta que nos encuentra, por mucho que intentemos postergarlo y, frente a él, casi todos mordemos el polvo. ¿Estoy hablando del desamor, de la crisis de los 40, de la pérdida de elasticidad en la piel? No. Me refiero al verdadero instante decisivo de nuestras vidas: la instalación del certificado digital.

Quien tenga la codiciada firma electrónica en su ordenador sabe bien de lo que hablo... En La Amazonia, los jóvenes de la tribu Sateré-Mawé celebran su paso a la adultez mediante el doloroso y cruel rito de las «hormigas bala». Los chicos deben aguantar diez minutos con unos guantes repletos de estos voraces insectos, cuya picadura provoca una dolorosa agonía (similar al disparo de una bala) que dura 14 horas. El objetivo no es otro que aprender a soportar el sufrimiento.

De la misma manera, los hijos del metaverso alcanzamos la madurez (administrativa) y nos convertimos en individuos de pleno derecho, a través de la «ceremonia del certificado digital», en la que sufrimos durante horas una agónica tortura frente al ordenador, mientras el sistema aguijonea nuestra paciencia en forma de claves y descargas, Windows y Chromes, asistentes virtuales, permisos, revocaciones y demás neolengua acuñada por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.

Un sudor frío me recorre la columna cuando pienso en el absurdo existencial que conlleva cualquier trámite burocrático, ya sea presencial o a través de mi avatar. Como soy de mecha corta, para no dejarme llevar por la violencia (mal) contenida, hasta me he buscado un mantra infalible que le presto a usted por si algún día -Dios no lo quiera- tiene que hacer algún papel con la Administración: «Quien te enfada te domina». Lo dijo Buda, me imagino que se le ocurrió el día que tuvo que echar una instancia a través de la sede electrónica.

Afortunadamente, hay personas que saben mantener la calma y casi nunca pierden los nervios, hombres y mujeres grandiosos que creen que siempre existe una solución, aunque la batalla parezca perdida, y cuya pericia y resistencia frente a la frustración les hace dignos de mi absoluta admiración. Pero, ¿cómo lo hacen?, ¿cuál es su secreto? Mi filósofo de cabecera tiene la respuesta: «Uno tiene que entrenar la capacidad de sentir que no sabe». Es decir, se trata de asumir que la situación nos supera y, aun así, continuar adelante sin sucumbir ante la desesperación.

La vida está repleta de ejemplos: la inscripción en un proceso selectivo, los trabajos universitarios y exámenes de cualquier tipo, dar de baja un seguro, reclamar una ayuda a la que se tiene derecho, abrir una cuenta de banco en otro idioma, decidir casarse en plena huelga de secretarios judiciales, etc.

El despiadado sistema, en cualquiera de sus formas e instituciones, está diseñado para que nos rindamos y desistamos de aquello que queremos. Por ello, «hay que domar la frustración, soportar el aburrimiento máximo. Entrenar esa resistencia a que no pase nada o que nada funcione», señala mi filósofo de cabecera.

Cuando un joven Clint Eastwood decidió abandonar la soporífera serie americana en la que trabajaba y lanzarse a protagonizar spaghetti westerns en Almería, un productor le advirtió que marcharse con Sergio Leone era un ‘bad step’ (mal paso). Pocos años después, el actor fundó su propia productora, ‘The Malpaso Company’, con la que se consagró como director y mito del cine. Aprender a morder el polvo, plantarle cara a la frustración y no dejar que nadie nos distraiga de nuestro objetivo es el único y verdadero camino hacia nuestros sueños.

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