La Opinión de Murcia

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Mónica López Abellán

CAFÉ CON MOKA

Mónica López Abellán

Café con Moka

Fuimos eternos

Esta semana escuchaba a Ismael Serrano, en su último concierto de la gira Seremos en Lorquí, decir que seguramente pensamos que algunas canciones o discos «antiguos» son mejores no porque sea así sino porque añoramos quiénes éramos nosotros cuando los escuchábamos.

Seguramente tiene mucho de razón, aunque no estoy de acuerdo en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero sí es verdad que la música, en muchos casos, nos evoca y despierta algunos de los mejores recuerdos de nuestras vidas. Incluso hay momentos o épocas que tienen su propia banda sonora en nuestro devenir. ¡Y qué bonito es poder poner música a la cotidianidad de la vida!

Yo no puedo evitar rememorar mis días de estudiante en la Complutense y mis aventuras y desventuras por Madrid al oír cualquiera de sus canciones de aquellos tiempos. Por eso, para mí fue un auténtico deleite compartir ese espectáculo con mi familia: acudí con mis dos hijos, a pesar de que Julia apenas ha cumplido el mes. Y, aunque estuvieron casi todo el concierto durmiendo –afortunadamente-, algún día podré contarles cómo sus padres les hicieron partícipes de aquel maravilloso instante.

Sin embargo, el verdadero regalo estaba aún por llegar. Entre los temas de otros autores que el cantautor interpreta (ahora puedo apuntarlo sin ánimo de hacer spoiler porque la gira ya ha acabado) se incluye una zambra popularizada por Mercedes Sosa, de la que ya hablé en otro artículo, que podría ser una de las canciones más tristes de la historia; pero que a mí me trae memorias dulces de un pasado.

La pieza Alfonsina y el mar relata, de una forma bastante romántica, la muerte de la poetisa argentina Alfonsina Storni, que se suicidó en 1938 saltando al Mar de Plata desde una escollera. Cuántas veces oiría a mi padre tararear, con su escaso sentido del ritmo y la afinación, lo de «por la blanca arena que lame el mar», siendo ésta una de sus canciones favoritas y, sin duda, una de las que marcaron mi infancia y adolescencia sin poder evitar preguntarme una y otra vez por aquella «angustia que la acompañó».

Aún hoy, como me ocurrió durante el recital, me emociono con cada acorde de esta canción que sin duda alguna, aunque no sé de qué modo, hace mi vida más bella, y me ayuda a hacer memoria de quienes fuimos rompiendo el tópico aquel de que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Y es que me hace recordar –parafraseando a Ismael Serrano- que «antes de rendirnos (morir) fuimos eternos» (Papá).

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