Nos queda la palabra

Donde pongo el ojo

Julián García Valencia

Ya es mala suerte. Ir a Madrid a presentar Murcia como California el mismo día en que Sillicon Valey Banck se precipita al vacío y Meta de Facebook, también afincada en ese estado americano, anuncia el despido de 10.000 trabajadores. Tanto perseguir esa meta que cuando lleguemos a vislumbrar alguna semejanza con ellos, no hablo de su progresismo, nos pasará como el AVE o el aeropuerto, que ya no quede nada. Siempre tarde.

No parece que el corazón de la innovación tecnológica sea un bálsamo para la economía y el empleo. Tan modernas y tan a la última que lo primero de lo que se desprenden es de sus trabajadores. Para ese camino no hacía falta tanta investigación. Aquí, en la vieja Europa ya sabemos que el principal hándicap de las empresas, sean grandes o pequeñas y haya o no beneficios, son su capital humano, al que todos ensalzan cuando no se trata de subir salarios, cotizaciones o mejorar sus condiciones laborales.

Eso sí, siempre podemos compartir con el Valle de San Francisco los limones, un verdadero tesoro para los intermediarios, capaces de convertir los veinte céntimos que se pagan en el campo en los dos a los que se cotizan en la tienda. Eso sí que es ciencia y buenas redes.

Se nos cayó la tierra de Schwarzenegger y tampoco nos trató bien la maldita actualidad cuando exhibimos la carta de libertad económica que, de un tiempo a esta parte, acompaña, más que la Catedral, a la Región de Murcia. El paraíso de la libertad económica europea también está infartado por el agujero negro del Credit Suisse. Sí es verdad que su economía, como la nuestra, está sujeta por los inmigrantes. Allá multimillonarios árabes y acá depauperados africanos, de los que depende el 35% de nuestra riqueza. No es menos cierto que tanto en los Alpes como en Sierra Espuña el dinero manda romana, pero no hay derecho a que caigan todos nuestros referentes.

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