Entre letras

Adiós a los cánones

Francisco Javier Díez de Revenga

Lola Tórtola (Murcia, 1997) obtuvo el accésit del Premio Adonáis 2022 con su libro Los días destruidos, que ahora publica, en Madrid, Rialp. Licenciada en Medicina y habitante estudiantil de Roma y Bratislava, desarrolla en este su primer libro una poesía original e innovadora, y no es de extrañar que así sea, porque, con un dominio absoluto de imágenes y sugerencias líricas insólitas, logra construir un universo poético que destaca enseguida por su unidad y por su cohesión. Porque su escritura se ciñe a un ámbito de inspiraciones concentrado en la experiencia de la vida y, sobre todo, en la inquietud ante el paso del tiempo y el trascurrir de la edad, a pesar de ser tan joven nuestra autora.

Justamente, en su mundo poético confluyen actualidad y secuelas de experiencias singulares, todo para justificar que, según ella observa por su propio trascurrir en la existencia, que los dioses están destruidos, como se anuncia en el título del libro. Sabia y original sugerencia simbólica que recibe de Jaime Gil de Biedma. Las viejas creencias son sometidas a nueva consideración, a discusión, y son puestas en tela de juicio.

Organiza así acertadamente el libro en dos amplias secciones. Si en la primera, que comparte su denominación con el título del volumen, son protagonistas los dioses destruidos, en la segunda, Un destrozo endiosado, se asiste con asombro al resultado de lo que se ha vivido y se ha reflexionado en los poemas del primer sector. Se representa entonces tal destrozo endiosado, que queda encadenado a las composiciones anteriores con la lapidaria frase que la autora, confidente, sintetiza: «No saber / si fuimos dioses destruidos / o destrozos endiosados».

Lola Tórtola dedica el libro «A mis amigos», y no es inocente esta dedicatoria, porque, sobre todo los poemas de la primera parte, surgen desde un espacio de convivencia con esos amigos con los que ha compartido escenarios y días. Y muy efectiva es, en esta armonía, el viaje en común, viaje con experiencias compartidas en lugares significativamente sublimes que son escrutados y reflexionados sobre su entidad mítica y sobre su engañosa permanecía en el tiempo: «Andamos en busca de algo / –lo que sea, cualquier cosa– / que erigir sobre los restos». Todo, para revelar, en definitiva, la decadencia de un mundo colosal, en ruinas, que agoniza. Ni las míticas sugerencias de los excelsos monumentos clásicos, ni las vivencias de los dioses antiguos y su simbolismo, atenúan la verdad de una crisis humana que se revela en la presencia de las imágenes de la vida diaria: calles, edificios, autopistas, el metro, ventanas. Ni Roma, ni Venecia, ni aquella festiva playa italiana, ni Grecia, ni lugares remotos de la vieja Europa, son lo que representan, porque todo, la vida, el mundo, incluso la propia Europa, van hacia su destino inexorable de dioses destruidos: «Lo heredamos todo destruido. / Ya de sus templos y de sus colinas / los dioses han sido expulsados, ya los símbolos ya los altares / ya los bustos han rodado».

Es interesante descubrir lo importante que resulta para la autora demostrar la verdad de lo que percibe, sobre todo a través de la vista, de la mirada, de los ojos observadores, para desvelar la realidad de lo que ocurre. Más que suponiendo o sintiendo sorprendemos al yo lírico viendo, mirando lo que sucede y lo que ocurre ante sus ojos. Observar mucho más que sentir; y contrastar lo percibido con la verdad de la realidad constituye uno de los máximos aciertos de este libro, poque logra atrapar al lector con estrategias de proximidad implacables.

Cuando en la segunda parte el lector es conducido por la autora a descubrir y valorar los destrozos endiosados, el contexto confirma los principios básicos que antes se anunciaron: la edad transcurre y avanza, el tiempo pasa, y todo sigue su lento caminar hacia el ocaso que la autora consagra en los poemas finales, cuando indaga la luz buscada y perdida por los estantes, por los laberintos y por las calles, todo con la intención de eternizar la luz de los días iguales.

Lo cierto es que, en conjunto, Lola Tórtola, ha conseguido un buen libro y en él ha mostrado la autenticidad de su mundo poético, en el que ha sentido la herida de la vida, porque ha descubierto, y en este libro lo denuncia con claridad, que los cánones establecidos son falsos y ya no son útiles para enfrentar las crisis de la vida que la edad y el tiempo van implacablemente acentuando. Roma, Grecia, la vieja Europa así se lo han demostrado.

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