La espiral de la libreta

La vida en un lugar llamado ‘Cancerlandia’

Olga Merino

El maldito cáncer, la bestia agazapada. En esta ocasión, la ruleta ha señalado al escritor Paul Auster, a quien se lo diagnosticaron en diciembre, según ha hecho público su esposa, la también escritora y ensayista Siri Hustvedt, en su cuenta de Instagram. Más allá de la oportunidad de airear el embate a través de una red social, el mensaje resulta contenido e incide en el delicado proceso de acompañar en la enfermedad. Escrito así, parece que Hustvedt se imponga una medalla, y no es eso.

«Vivir con alguien que tiene cáncer -escribe- y está siendo bombardeado con quimioterapia e inmunoterapia es una aventura de cercanía y separación». ¿Dónde debe colocarse el cuidador? Uno tiene que estar lo suficientemente cerca para empatizar con los efectos del tratamiento, devastador como el napalm, y al mismo tiempo mantener cierta distancia para ofrecer ayuda genuina y no resultar una medusa blanda. «No siempre es fácil caminar por esa cuerda floja, pero es el trabajo real del amor». Sería horrible, agrega, «estar solo en Cancerlandia», un topónimo que no acaba de convencerme.

Las palabras de la autora de Todo cuanto amé me han hecho pensar en las relaciones de pareja, en sus engranajes, quizá porque vengo de rematar la lectura de un libro estupendo, Vidas paralelas, de Phyllis Rose, recién publicado por Gatopardo en traducción de María Antonia de Miquel. El ensayo escudriña bajo la lupa los intrincados equilibrios de poder que se producen en el seno de cinco matrimonios victorianos, incluido el de Charles Dickens, y cómo se las ingeniaron los cónyuges para vadear la decadencia del deseo y el estatus alegal de la mujer casada.

El siglo XIX no se encuentra tan lejos como pueda parecer en lo que respecta a la vida familiar. Hoy en día tenemos la posibilidad de divorciarnos, el control de la natalidad es más fácil y accesible y las mujeres podemos ganarnos la vida, un conjunto de mejoras que, si no consiguen que seamos más felices que los victorianos en sus relaciones personales, tal vez se deba a que ponemos en ellas demasiadas expectativas. Y entonces, ¿qué?

La autora del ensayo cita las teorías del psicólogo Erik Erikson como posible encaje, en el sentido de pedir tan solo dar, nutrir y fortalecer al otro, porque eso nos fortalece a nosotros mismos. Las cita y, al mismo tiempo, las pone en duda: en condiciones de laboratorio, todo suele salir niquelado pero luego la realidad se impone. Qué sé yo… A veces toca remangarse y acompañar, y en ese proceso (con sus torpezas, dudas, pequeños fracasos, desesperaciones) habita algo que llamamos amor.

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