Luces de la ciudad

Hablemos de sexo

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Aada más escuchar las declaraciones de la ministra Montero y la secretaria de Estado de Igualdad sobre el deseo sexual de las mujeres y sus relaciones íntimas, me ha venido a la memoria el programa radiofónico del consultorio de Elena Francis (1950-1984), aquel en el que se respondían, según los cánones de la época, del régimen franquista y de la Iglesia católica, las consultas sentimentales y personales de la audiencia femenina. Qué casualidad que ese mismo día La 2 emita el documental Elena Francis, la primer influencer.

Indudablemente, eran otros tiempos en el que las libertades brillaban por su ausencia y por supuesto la sexual no iba a ser una excepción. Sin embargo, las proclamas de la ministra y la secretaria de Estado hace tan solo unos días, me sonaron obsoletas, pasadas de moda, de otro tiempo, incluso diría que con cierto tufillo de adoctrinamiento. Quizá solo sea una percepción personal, pero daba la impresión de que se estaba destapando por primera vez el tarro sagrado de las esencias sexuales.

Entiendo que mi opinión pueda estar influenciada por aquellos maravillosos años 80 y 90 donde el desenfreno sexual era una práctica casi generalizada. Por tanto, llevo muchos años escuchado a las mujeres de mi círculo de amistades hablar con naturalidad sobre masturbación, juguetes eróticos, fantasías, posturas y orgasmos, sin ningún pudor. Incluso recuerdo aquellos programas televisivos que profundizaban en estos temas, algunos con más rigor científico que otros, todo hay que decirlo, que alcanzaron una gran popularidad, el primero de ellos Hablemos de Sexo (1990), presentado por la doctora Ochoa, al que siguieron Esta noche, sexo (1995), Luz roja (1995), Dos rombos (2004) o Todos ahhh 100 (2005).

Soy consciente de que generaciones anteriores, como la de mi madre, por no decir ya la de mi abuela, en términos generales, lo tuvieron mucho más complicado para satisfacer sus deseos sexuales o simplemente para hablar abiertamente de ellos, que excepciones, haberlas, haylas. En aquel tiempo, la consigna era: «Una buena esposa siempre sabe cuál es su lugar». Pero entiendo que ahora, siempre desde el plano del pleno consentimiento, cada cual es libre de elegir el tipo de sexualidad que quiere tener, de qué forma, con quién y cuándo. No podemos dudar, por tanto, de la capacidad actual de mujeres y hombres para hablar de sexo y para reclamarse a sí mismos o a sus parejas el placer deseado. Entonces, ¿por qué preocuparse tanto de si las jóvenes de ahora prefieran la penetración a la masturbación? ¿Cuál es el problema? Nadie conoce su cuerpo como uno mismo.

Puede también que yo ya no me entere de nada, algo que, por otro lado, no sería nada extraño, pero es que a veces, por no decir siempre, tengo la sensación de que ciertos políticos creen que somos idiotas. Y si no lo piensan, lo disimulan muy bien.

En fin, no sé si se podrá garantizar o no el placer de alguien, ¿quizá por decreto? pero creo que todos estaremos de acuerdo en que practicar sexo, con regla o sin ella, a través de la masturbación o la penetración, debe conducirnos inexcusablemente a la culminación del placer sexual. Así que, manos a la obra, menos preocuparnos y más ocuparnos, que una sociedad orgásmica debería ser, por lógica, una sociedad feliz.

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