Caleidoscopio

El último baile

Julio Llamazares

Julio Llamazares

La imagen del marido de la profesora francesa asesinada por un alumno bailando solo ante su ataúd como si lo estuviera haciendo con ella ha dado la vuelta al mundo y provocado miles, millones de comentarios, desde los emocionados de las personas a las que ha hecho llorar (muchas) a los escépticos de esas otras para los que bailar ante un ataúd es improcedente o, peor, ganas de querer llamar la atención. No diré cuál es mi opinión, pero sí que está más cerca de las primeras que de estas últimas y que, cuando menos, el baile en solitario del marido que ya es viudo me ha parecido una metáfora de todos nosotros, que más tarde o más temprano habremos de bailar solos o lo harán para nosotros nuestros supervivientes cuando ya no podamos verlo. El último baile es el que no se termina nunca, ese que dura toda la eternidad porque nadie podrá ya interrumpirlo. «Siempre bailaremos juntos», le escribió alguien a quien conozco en una piedra a su pareja de baile y la arrojó sobre su ataúd cuando la tierra empezaba a cubrirlo. Siempre bailaremos juntos es el deseo de todos los enamorados, que pocas veces se cumple.

Dicen las informaciones que la canción elegida por el marido de la profesora muerta para ese último baile con ella (un baile en el que le acompañaron sus amigos, como en las bodas, pero dejándole a él el protagonismo) fue Love, de Nat King Cole, una elección seguramente más que pensada y que quizá tuviera que ver con la historia personal de la pareja. La canción que Cole compuso poco antes de entrar en el hospital para ser tratado de un cáncer y que grabó días antes de morir tiene todos los ingredientes de las canciones de amor, pero una insistencia en repetir lo obvio que tal vez fue lo que le hizo al marido de la profesora elegirla: «Amor se hizo para mí y para ti / Amor se hizo para mí y para ti / Amor se hizo para mí y para ti…».

En estos tiempos en los que tanto se habla de amor pero tan poco de la muerte, salvo si es violenta, el último baile del marido de la profesora francesa ante su ataúd cobra una dimensión moral que es la que ha hecho conmoverse a tantas personas y a otras revolverse incómodas, pues el espejo de los demás nos refleja y nos obliga a revisar nuestros sentimientos. Por eso, lo más fácil es acusar al marido de la profesora francesa y a sus amigos de trivializar la muerte o de buscar un minuto de gloria en las redes sociales cuando lo que nos ocurre es que nos incomoda su ejemplo porque nos hace pensar en cómo reaccionaríamos nosotros, no ya ante el asesinato de nuestras parejas, sino ante su simple muerte, es decir, si bailaríamos con su recuerdo por toda la eternidad o en seguida las olvidaríamos, que es lo que a menudo pasa. ¿Ganas de llamar la atención, pues, o de desviar la nuestra de lo que nos incomoda?

Mientras nos empeñamos en pelearnos a todas horas por cualquier motivo, mientras los informativos se llenan de noticias que al día siguiente ya no lo son, mientras la gente habla y habla de asuntos sin interés, mientras la humanidad avanza con pasos dubitativos hacia un futuro que en nada se diferenciará del pasado en lo más profundo, las dos cuestiones que de verdad deberían importarnos, que son el amor y la muerte, son las grandes olvidadas de la gente y por eso la imagen del marido de la profesora asesinada bailando solo ante su ataúd ha conmovido a tantos.

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