De cine

Nada nuevo bajo el sol de California

Nada nuevo bajo el sol  de California.

Nada nuevo bajo el sol de California.

Escribo sobre estos Oscar sin un conocimiento total de la causa. En las últimas semanas he intentado por todos los medios alquilar algunos de las películas pendientes (Todo a la vez en todas partes, Elvis, Maverick) y ese océano que son las plataformas me ha parecido una tomadura de pelo. Aquí en Italia solo pueden comprarse y los precios oscilan entre los 10 y los 12 euros por título. Con estos números, y dado que la piratería no es una opción para mí, prefiero seguir conviviendo rodeado de dudas y esperar a que se desplomen en el mercado.

Aun siendo consciente de mis lagunas, no creo que 2022 vaya a pasar a la historia del cine como un año de producciones inolvidables. Solo he contemplado ciertos destellos sobre esa nadería que me han parecido las obras visionadas. Nada nuevo bajo el sol de California por otro lado. En los últimos tiempos se observa una peligrosa tendencia hacia la mediocridad y Hollywood, lejos de intentar remediarlo, agiganta el problema ampliando el número de aspirantes a llevarse el galardón a mejor película. Hay muchos millones de dólares en juego y la industria no deja de hacer aguas. Aquí es donde entramos en juego los espectadores más fieles, y también los más ilusos, que asistimos a la cita, o eso intentamos, de esta prolífica cartelera con unas expectativas muy altas.

Si me apuntasen con una pistola creo que me inclinaría por Los Fabelman. A pesar de ser un melodrama descontrolado y, en ocasiones, impropio de Spielberg, ahí queda ese niño enamorándose del cine en su arranque y esa magia que surge en la pantalla cada vez que una cámara cae en sus manos. De hacerse con el Oscar sería, eso sí, una tremenda paradoja y serviría para medir la creatividad de nuestra época. Spielberg cuenta con tres estatuillas: dos por La lista de Schindler (película y director) y otro por Salvar al soldado Ryan (director).

A mi juicio incontestables. Pero no pasemos por alto Tiburón o Indiana Jones y la última cruzada en las que ni siquiera fue nominado a mejor director, o el increíble caso de E.T. que solo recibió premios técnicos.

En el apartado de interpretaciones mi decepción no se desvanece. Estamos, según parece, ante un nuevo triunfo de Cate Blanchett. Escribí la semana pasada lo que pienso de su actuación en este mismo diario. Está demasiado petrificada y en las escenas musicales se muestra especialmente forzada. Sus competidoras tampoco han hecho trabajos de especial trascendencia. Lo de Ana de Armas en Blonde es dantesco y Michelle Williams es de lo peor de Los Fabelman. No puedo decir lo mismo de Kerry Condon que está soberbia escapando de ese mundo podrido que se dibuja en Almas en pena. A pesar de competir en la categoría de reparto, pienso que es lo mejor del año con bastante diferencia.

En la modalidad masculina solo me ha cautivado (o atormentado) Brandan Fraser en La ballena. Hay detrás un trabajo extraordinario de caracterización sin el que no hubiese sido posible crear a ese cetáceo humano, pero bajo el monstruo se esconde su mirada y su voz herida. Es, además, uno de esos papeles por los que Hollywood suele perder los vuelos.

Lo que no veremos durante la ceremonia será a Peter Weir recogiendo el premio honorífico. Contemplar a ese hombre caminando sobre el escenario seguido de una larga sombra con la forma de El año que vivimos peligrosamente o Master and Commander podría haber sido lo más emocionante de la noche. Otra imagen robada. La Academia decidió hace demasiado no mostrar en público a sus reliquias más ancianas.

Pese a mi retahíla, el lunes a primera hora estaré pegado a la radio en busca de algún análisis certero y recorreré hasta el último rincón de internet para no perderme detalle. Mi pasión por los Oscar no me alcanza para pasar la noche en vela, pero reconozco que me siento siempre muy intrigado.

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