Verderías

Océanos

Herminio Picazo

Herminio Picazo

Si son aficionados, como yo lo soy, a los documentales de naturaleza, buenísimos a la hora de la siesta y estupendos en cualquier circunstancia para relajar el intelecto, habrán visto infinidad de metros de película con ballenas, delfines, corales y peces abisales. Una verdadera maravilla.

Los mares, los muy grandes, los grandotes de verdad, los océanos, en suma, albergan las cosas más potentes, raras e interesantes de las que podemos ver en el medio natural. Desde la imponente presencia de bellísimos monstruos oceánicos, como la ballena azul, a la delicadeza de esos extrañísimos caballitos de mar que se mimetizan perfectamente con los corales, pasando por la deliciosa danza o los increíbles saltos de algunas especies de mantaraya.

Los océanos guardan una increíble biodiversidad y son vitales no sólo para la conservación de los equilibrios ecológicos en el planeta sino también para nuestro propio futuro económico. A pesar de que todos reconocen este hecho, la posibilidad de proteger la biodiversidad en los grandes mares ha estado atascada hasta ahora por la circunstancia de que la gran mayoría de la superficie de los océanos está en altamar, fuera de las jurisdicciones nacionales. Cuando algo es de todos y no es de nadie, no es fácil que esos todos se pongan de acuerdo, sobre todo si el asunto está tan entreverado en intereses económicos como lo está explotación del mar.

Sin embargo, a principio de esta semana, y después de casi quince años de conversaciones formales e informales y varios sonados fracasos, la conferencia intergubernamental de la ONU que tenía el encargo de sacar adelante un tratado de protección de la biodiversidad marina para las aguas internacionales, ha conseguido cerrar en Nueva York un acuerdo que muchos ya califican como histórico. El acuerdo ha sido sellado en la sede de Naciones Unidas pero de forma paralela a la celebración de una gran Conferencia Internacional sobre los Océanos en Panamá a la que han asistido cerca de seiscientos líderes mundiales y en la que se han cerrado 340 compromisos, algunos más importantes, otros más de detalle, sobre cómo combatir la contaminación, la pesca ilegal y las amenazas al mar, que implican movilizar fondos por cerca de veinte mil millones de dólares.

El acuerdo de Nueva York–Panamá sienta las bases para la creación de áreas protegidas en las aguas que no pertenecen a ningún país, una asignatura pendiente de la legislación medioambiental internacional desde hace décadas. Además, el acuerdo establece la forma en la que los países deberán presentar sus propuestas para la declaración de las reservas marinas internacionales y sus planes de gestión, y da las pautas para que las actividades que se desarrollen en alta mar cuenten con evaluaciones de impacto ambiental

Ahora toca que este acuerdo para los océanos se ratifique por los casi doscientos países que participan en este tipo de conversaciones en Naciones Unidas, pero el texto adoptado se posiciona ya como uno de los más importantes logros ambientales de este siglo.

Veremos a ver cómo se desarrolla.

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