Según el CEMOP hay un 30% de murcianos que todavía se lo están pensando, y lo entiendo. La duda forma parte de nuestra naturaleza y no es ser o no ser sino qué ser. Para ello es importante recordar qué se fue en un pasado y las coordenadas del presente. Hay ejemplos terribles de esa disforia, que es creer ser lo que uno no es, o no lo es al menos todavía.
Miguel Bosé ha sido todo en el pop español de los 80 y los 90, pero sobre todo figura de provocación y enfant terrible, que no se sabía lo que era. Algunos no lo sabían pero otros lo sospechábamos fuerte, y ha tenido que pasar una separación con su pareja de toda la vida y cuatro hijos en pares de dos para que supiéramos que esta pareja era un hombre. Ahora se pasea por los platós diciendo que en los 80 había más libertad y los cincuentones que se fueron del pueblo porque no podían ser lgtbi en sus casas lo miran de arriba a abajo sin dar crédito. Miguel Bosé tenía libertad para decir que estaba saliendo con Ana Obregón y para no ponerse al alcance de su padre, que lo quería matar. Lo de ponerse un zaragüell, hacerse la trenza y pintarse la cara formaba parte de una estudiada ambigüedad que no era tan ambigua.
Claro que si te engañó en su momento Miguel Bosé puedes ser, perfectamente, alguien que se califica de no heterosexual pero que reniega del ‘adoctrinamiento lgtbi’ y se hace de Vox. Eso le pasó a Eduardo Bó, cocinero que fue cancelado en el reciente Salón del Manga de Lorca porque afirmaba que el dictador Francisco Franco «no estaba equivocado» sobre «toda la comunidad LGTBIQ+». Puede que el ejemplo no sea el mejor de ‘ser o no ser’, sino más bien de ‘vivo sin vivir en mí’, dado que el tal Bó ha militado tanto en la Falange como el PSOE. Que tiene que haber un camino entre ser lgtbi y ser de derechas, yo estoy seguro, pero todavía no lo hemos encontrado en este país, porque para la política insigne del PP, Isabel Díaz Ayuso, las plataformas nos adoctrinan y por eso somos así. Javier Maroto ya se está dando de baja de Netflix.
Los ejemplos no se circunscriben a la identidad de género o la orientación sexual. Hay otros ejemplos de vivir sin vivir en ellos, de desazón y ambigüedad, como por ejemplo asalariados por cuenta ajena que creen en el despido libre. O de votantes que no llegan a fin de mes por, entre otras cosas, repagar lo que tendrían que tener por servicios públicos y que compran el titular de que el Gobierno regional, el que les tiene que servir, ha dejado de recaudar 1.400 millones de euros a los contribuyentes como una hazaña de buena política, mientras pagan un colegio concertado, porque el público no funciona, o un seguro privado, porque la Sanidad la están rompiendo quienes dicen ahorrarle impuestos. Se llama disforia de clase y es creerse Rafael del Pino, holandés de Ferrovial.