Carta de un expresidente

Carnaval político

Alberto Garre

Alberto Garre

El abuso de poder, la carencia efectiva de los mecanismos de transparencia, el uso de información privilegiada y el patrocinio, el soborno, el trafico de influencias, la extorsión, los fraudes y el nepotismo traspasan la libre competencia y favorecen el monopolio. Cuando todas y cada una de las causas de la corrupción referidas abundan en nuestro panorama político carnavalesco, lo del Tito Berni, siendo también muy grave, puede derivar en una chirigota de mal gusto, por los personajes y actos tragicómicos que convergen, en los que no redundaré por la chabacaneria que destilan.

En España somos únicos haciendo chistes grotescos de situaciones al margen de la ley. Lejos de sentirse indignados hay a quienes les atrae tanto el morbo que rodea al asunto que convierten el cancer de la corrupción, arraigado en la democracia española, en una cómica horterada.

Bien es cierto que hasta Platón, que concebía la filosofía como una actividad de máxima enjundia, también admitía ciertas dosis de humor en la vida, pero los hechos más recientes, conocidos por filmados, describen el naufragio ideológico de la progresia moral del ‘sanchismo’ dejándonos un drama político digno de reflexión y estudio, que no debiera ilustrarse con el chiste emergente tergiversando lo que sería ortodoxamente deseable en la actividad política.

La corrupción ha de ser tratada con seriedad. Quienes votan a corruptos los legitiman quedando desautorizados para la crítica. La pregunta que se nos plantea de inmediato es ¿Se puede perder la confianza de la sociedad y, sin embargo, obtener su voto? Evidentemente si.

Cuando encuesta tras encuesta observamos que una de las preocupaciones más importantes de la sociedad española es la corrupción política, cuando esos mismos entrevistados responsabilizan mayoritariamente al PP y al PSOE de su existencia, la perplejidad trasciende con absoluta nitidez al responder sin dudar a una tercera pregunta sobre intención de voto, que lo harán al PSOE o al PP por abrumadora mayoría.

¿Qué nos esta pasando?

No existe el ser humano perfecto, por tanto, tampoco el político perfecto. Partiendo de esa base, colocar a un personaje público investido de un poder casi absoluto tal se concibe hoy en nuestro país, consecuencia de la partidocracia, puede dar lugar al ejercicio del poder por débiles personajes que sucumben y al tiempo sobreviven ante el clientelismo y el caciquismo.

Pero lo peor no es que esto sea en muchas ocasiones una realidad, lo peor es que pueda llegar a admitirse por la sociedad o a descargar sentimientos vitales que perturban nuestra existencia con la frase: ‘todos son iguales’.

La sociedad española, durante décadas, pero especialmente consecuencia de las causas Gurtel y Eres, ha sido involuntariamente anestesiada durante muchos años. Se ha acostumbrado a convivir con los escándalos políticos que se sientan a la mesa de la familia cada mediodía a través de los telediarios. No se ha institucionalizado, pero como si lo estuviese. Preocupan pero pasan.

Solo la transparencia institucionalizada y unos medios de comunicación rígidos en su código deontologico pueden sacar a la sociedad de su apatía, extraer del ciudadano la anestesia inoculada durante años que le convierte en esclavo del poder, lejos de la libertad individual que, en esencia, persigue la democracia.

Podríamos concluir diciendo que el más efectivo cómplice de la corrupción política es la apatía con la que la concibe una sociedad anestesiada que solo puede combatirse desde la transparencia y la información.

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