LIMÓN&vinagre

El bebé que huyó de Pinochet

Pedro Pascal

Josep María Fonalleras

Andrés Pascal Allende fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, huyó de Chile hacia Cuba y, desde la isla, regresó a menudo a su país y, desde la clandestinidad, protagonizó varias operaciones de guerrilla urbana, como el robo de la bandera de la independencia en el Museo Histórico Nacional. Es hijo de Laura Allende Gossens y, por tanto, sobrino de Salvador Allende. Verónica Pascal Ureta era su prima. En 1975, con dos hijos pequeños, también tuvo que exiliarse, junto a su marido, José Balmaceda, después de una odisea en la que se incluye una fuga arriesgada por la puerta trasera de un hospital (Balmaceda era y es médico), un asalto a la valla de la embajada de Venezuela, seis meses recluidos en la delegación diplomática y un viaje accidentado hacia Dinamarca, antes de instalarse en San Antonio, Texas.

Pedro Pascal

Pedro Pascal

El médico Balmaceda había curado de herida de bala a un dirigente del MIR y también había escondido en su casa a Andrés Pascal Allende, y es por todo ello que la DINA, la policía de Pinochet, le perseguía. Después, al cabo de los años, Balmaceda tuvo problemas en la clínica de fertilidad en la que trabajaba (con el fisco y también porque fue acusado de traficar sin permiso con óvulos congelados, circunstancias que él niega) y regresó a Chile, con su mujer y con los hijos menores. Ella, la Verónica Pascal Ureta que era prima del sobrino de Allende, al poco tiempo se suicidó.

Uno de los hijos del matrimonio, uno de los que se había exiliado con solo 9 meses, se quedó en Estados Unidos. Tenía entonces 24 años y se hacía llamar Pedro Balmaceda Pascal. Se había apuntado a clases para ser actor y vivía en Nueva York. A raíz de la trágica muerte de la madre, y también (no nos engañemos) porque bolmassera era difícil de pronunciar en los ambientes cinematográficos, decidió que cambiaría el nombre de batalla y se rebautizó para el mundo del espectáculo como Pedro Pascal.

Hoy es una estrella internacional que está triunfando con la serie The Last Of Us, que es, según el presentador Jimmy Fallon, «la cosa más grande del mundo, hoy por hoy». El bebé que huyó del Chile dictatorial es ahora el actor de moda, porque, además de la distópica aventura de un desganado traficante y asesino a sueldo que viaja en coche, a caballo y a pie, a través de una América desolada, con una niña a su cargo, ha protagonizado The Mandalorian y Narcos y ha intervenido en Juego de tronos, aparte de varios anuncios de perfumes, un videoclip de alto voltaje sexual, un cortometraje con Almodóvar y una anunciada comedia junto al rey de la comedia actual, Judd Apatow. Es decir, una carrera fulgurante.

Su propia biografía (mezcla de trhiller político, de desgracias insondables y de luchas por la propia subsistencia) daría para el guion de una película de acción, de fugas, de conflictos y de enfrentamientos contra el mal y las adversidades pero, por ahora, se conforma con interpretar personajes de ficción que tienen un punto en común: el Javier Peña de Narcos, el Din Djarin de The Mandalorian y el Joel Miller de The Last Of Us son individuos que viven existencias mezquinas y sin esperanzas y que encuentran la salida en una especie de obligación ineludible, a menudo impuesta, que va en contra de la zona de confort donde habitan, pero que funciona como mecanismo de salvación. El policía desencantado, el frío y hierático cazador de recompensas, el sicario que ha abandonado la revolución y es un nihilista sin alma, se encuentran a sí mismos y se redimen porque, finalmente, actúan según el dictado de una justicia que es imperativo moral.

Por eso creo que Pascal ha triunfado. Tras el mostacho habitual y la barba de pocos días, tras la figura de un sex symbol contemporáneo, se esconde un justiciero casi exánime, distante, gélido, que lucha contra las mafias y los estados corruptos, contra la mentira y la depravación. Robert Rodríguez, el director de cine, lo compara con Harrison Ford porque «puede ser divertido y muy intenso, puede ser heroico y muy cálido». Discrepo. Más bien se postula para ser un John Wayne del siglo XXI. No estoy convencido de que sea un gran actor. Y mucho menos, un humorista. En su reciente intervención en el Saturday Night Live no destacó precisamente como comediante. No sabe mucho qué hacer, sin un arma en sus manos. Eso sí: apareció en el programa con una camiseta que llevaba estampada la bandera chilena y el puño de la Unidad Popular de Allende. La estrella de Hollywood no olvida a ese bebé de Santiago.

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