LIMÓN&vinagre

Mírame, necesito que me mires

Julia Faustyna Wendell

Emma Riverola

La policía no le daba credibilidad, tampoco los numerosos expertos que trabajaron durante años en el caso de Madeleine McCann. La posibilidad de que Julia Faustyna Wendell fuera la niña desaparecida en 2007 era ínfima. Aun así, las dudas que expresó la joven polaca de 21 años acapararon una atención inusitada. La esperanza de un milagro, el poder de las redes, el recuerdo de un caso angustioso y buenas dosis de morbo convirtieron el caso en una suerte de juego de investigación colectivo en vivo. Al fin, descartado el prodigio, solo quedan las ansias de popularidad de una joven y la sombra de un trastorno mental.

Julia Faustyna Wendell

Julia Faustyna Wendell

En contraste con el derroche de información, datos y rumorología que generó Wendell, poco se sabe de la terrible zozobra que debió generar en los padres de Madeleine. Como un Prometeo condenado a que un águila devore cada día sus entrañas tras ser reconstituidas cada noche, la pareja lleva quince años llorando a su hija perdida y colocada en medio de un huracán informativo que, en parte, ellos mismos causaron al no confiar en la policía portuguesa. La investigación llegó a dibujarlos como sospechosos. Durante estos años, infinidad de Madeleines han sido vistas y desmentidas. Un perpetuo carrusel de esperanzas y desconsuelos.

Su caso fue la pesadilla de cualquier padre. ¿Quién no imagina el terror de entrar en la habitación donde duermen los hijos y descubrir una cama vacía y la ventana abierta? Los McCann viajaron al sur de Portugal con un grupo de amigos. Aquella noche decidieron dejar a los niños durmiendo en sus habitaciones, a escasos sesenta metros de donde se encontraban cenando. Cada media hora, uno de los progenitores hacía la ronda. La madre de Madeleine fue la que se encontró el vacío que marcaría sus vidas. Un cúmulo de errores cometidos por la policía portuguesa determinó el callejón sin salida en el que se convirtió la pérdida de la niña. Desde 2020, un ciudadano alemán en prisión por múltiples condenas, entre ellas la de abuso sexual de menores, está acusado por la desaparición de Madeleine. Y, en estas, aparece Wendell.

La joven polaca afirmó ser adoptada y que sus padres le habían negado el acceso a su partida de nacimiento. Supuestamente, un comentario de la abuela la puso en alerta. El 14 de febrero creó la cuenta de Instagram iammadeleinemccan (yo soy Madeleine McCan [sic]) y otra de TikTok que, en menos de una semana, sumaron cientos de miles de seguidores. Compartió fotografías escogidas en las que destacaba la similitud de sus rasgos físicos con la niña y sus padres, incluido el famoso coloboma del ojo, y desarrolló todo tipo de teorías que abonaban la posibilidad. También los recuerdos borrosos de abusos sufridos por un pederasta alemán que podría coincidir con el actual acusado de la desaparición de Madeleine. Pedía a los padres de Madeleine someterse a una prueba de ADN.

Apenas unos días tardó una tal Fia Johanson (autodenominada ‘médium persa’) en subirse al carro de la quimera y nombrarse portavoz y representante de la joven. Fue en ese momento en el que la familia de Wendell lanzó un comunicado a través de Zaginieni, una oenegé que se dedica a la búsqueda de personas desaparecidas. La redacción no ofrecía dudas: «Julia es nuestra hija, nieta, hermana, sobrina, prima e hijastra. Tenemos recuerdos, tenemos fotos. Julia también tiene estas fotos, porque las tomó de la casa familiar con el certificado de nacimiento, además de numerosas licencias hospitalarias». La nota habla de «terapias, medicamentos, psicólogos y psiquiatras», de la negativa de la joven a seguir el tratamiento, de su voluntad de ser popular... «Estamos devastados ante esta situación». En un triste efecto dominó, otra familia desolada.

El caso Wendell no deja de ser paradigmático. Una joven polaca, con un testimonio de muy escasa credibilidad, consiguió una expansión tan extendida como instantánea. Se generó una avidez informativa que los medios atendieron, los expertos de aquí y allá avivaron y la maquinaria del espectáculo espoleó. El ansia de popularidad (quizá impulsada por el trastorno mental) fue premiada con un alud de seguidores, pero no tardó en volvérsele en contra. Del reconocimiento al linchamiento en un tiempo récord. Mientras, los McCann convertidos en los daños colaterales de esta historia, y las fronteras de la responsabilidad diluidas entre demasiados agentes. La necesidad de llamar la atención no solo era cosa de la joven Wendell.

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