Tiempo y vida. 25 años de Patrimonio Mundial de la Unesco

El oso de Cañaica del Calar (Moratalla)

El oso de Cañaica  del Calar (Moratalla)

El oso de Cañaica del Calar (Moratalla)

Miguel Ángel Mateo Saura

Hace unas semanas la prensa se hacía eco del descubrimiento de una gran sala que hasta ahora había permanecido sellada en la Cueva del Arco de Cieza, en la que desde 1992 conocemos la existencia de arte rupestre paleolítico. El hallazgo lo ha protagonizado el equipo de investigación dirigido por Ignacio Martín Lerma, profesor de la Universidad de Murcia, en el marco del proyecto que viene desarrollando en los últimos años en la cavidad y que, entre otras aportaciones, está evidenciando un poblamiento en la misma desde el Paleolítico medio, con los últimos neandertales, hasta momentos del Neolítico, hace unos siete mil años.

En la noticia se destacaba como hecho de gran interés que en una de las paredes de ese nuevo habitáculo se han documentado algunos zarpazos de oso. Esto, que es algo frecuente en las cuevas de la cornisa cantábrica, contengan o no arte rupestre, ya que han sido el hábitat natural donde el oso ha vivido desde tiempos prehistóricos hasta hoy, en nuestras latitudes nos parece algo, cuanto menos, llamativo. Pero, lo cierto, es que no nos debería resultar extraño.

En el Libro de la Montería del Rey Alfonso XI, de principios del siglo XIV, se subraya la existencia de osos en los montes de Lorca y Sierra Espuña, Caravaca, Sierra de Salchite, Sierra Seca y Fondares en Moratalla, en toda la comarca de Alcaraz y también en la Sierra de Segura. Y su presencia se mantuvo durante mucho tiempo después. Por otro lado, en la zona moratallera de Hondares, la antigua Fondares mencionada en el Libro de la Montería, conocemos una cavidad en la que hay marcados zarpados de oso sobre la pared de la entrada.

Del mismo modo, la presencia de estos animales en nuestros montes ha dejado su huella en el imaginario de la gente, pasando a la literatura folklórica en cuentos que los tienen como personajes destacados. Valga recordar narraciones populares como las de Juanico el Oso o Las tres princesas secuestradas, muy extendidas por las tierras montaraces del interior, para advertir el arraigo en nuestra memoria colectiva.

Si bien es una especie representada de forma recurrente en el arte paleolítico, no podemos decir lo mismo para los otros estilos prehistóricos, en los que está, prácticamente, ausente. De hecho, la única excepción que conocemos la constituye la figura pintada por los grupos de cazadores recolectores autores del arte levantino, hace entre diez y siete mil años aproximadamente, en el yacimiento de la Cañaica del Calar II de Moratalla.

en su trabajo Los abrigos pintados de la Cañaica del Calar y de la Fuente del Sabuco en El Sabinar (Murcia) publicado en 1972. Decía de él que, si bien su mal estado de conservación podría plantear alguna duda, las garras con las que se remataban las extremidades sí eran seguras, con tres y cuatro uñas, respectivamente. Desde entonces, los investigadores que hemos trabajado en este yacimiento, quizás por un exceso de prudencia, hemos preferido hablar, en general, de la figura de un animal, sin especificar su especie. Pero estas vacilaciones se han mantenido hasta 2006. Ese año se acomete la limpieza superficial de las pinturas, cuyo resultado fue una mejora notable de la visibilidad de todas las representaciones, además del descubrimiento de una decena de nuevos motivos que permanecían ocultos bajo una potente capa de suciedad. Ello nos llevó a hacer otro estudio del panel pintado en 2007, La Cañaica del Calar II (Moratalla, Murcia), que incluía la realización de un dibujo actualizado de las figuras. Con este trabajo se despejó cualquier incertidumbre que pudiéramos mantener sobre esta imagen para, recordando la correcta lectura que en su día hiciera el profesor Beltrán, proponer sin temor a errar la identidad de este motivo como la de un oso.

Apreciamos parcialmente su cabeza, pequeña, de forma triangular y coronada por dos pequeñas orejas; el cuerpo robusto y grueso, y las patas que, proyectadas hacia delante, muestran una forma triangular en la parte de la pierna, con un leve estrechamiento en la zona medial y un suave engrosamiento en el punto de inserción de las garras, que se ven perfectamente y aclaran de manera inequívoca su caracterización como tal úrsido. Y aunque cualquier propuesta sobre la especie no estaría exenta de cierto riesgo, por la morfología de lo conservado podría tratarse de un ejemplar de oso pardo.

Se ha pintado en íntima relación con una figura de mujer que, representada a su lado, le toca la cabeza con su mano. Juntos protagonizan un viejo relato mitológico que se ha mantenido en la memoria a través de narraciones populares como las antes citadas. Pero esto será asunto de otra parada en nuestro camino. Por ahora quedémonos con que, a día de hoy, constituye la única imagen que tenemos en todo el arte rupestre levantino del autor de muchos de los zarpazos marcados en las cuevas. Y ello le concede un valor añadido extraordinario.

En el próximo capítulo de nuestro viaje reconoceremos la labor de una de las personas más relevantes de la investigación del arte rupestre de la Región de Murcia.

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