CAFÉ CON MOKA

Palabras para Julia

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

En muchas ocasiones, sin un plan trazado ni guión escrito, la vida nos enreda en tramas maravillosas cuya urdimbre está formada por nosotros mismos, por nuestra propia historia y voz. Tapices polícromos, pues, en un telar inmenso cuyos moradores desconocen el fin para el que fueron tejidos.

No soy Mónica López. Esto es Café con Moka, pero, por primera y posiblemente única vez, quien escribe estas palabras no es nuestra periodista y madre, sino el hombre que dibuja la vida a su lado, el padre de sus hijos, aquel a quien ella un día empezó a nombrar, en esta misma sección, como el Hombre del Renacimiento.

Hemos vivido hace unos días el alumbramiento de nuestra hija Julia, ese pequeño ser que viene a sumarse a nuestra familia, nuestra historia, nuestro singular tapiz. Una nota de ternura, quizás beige con suaves malvas, en mi paleta de pintor, sobre un lienzo de mullido algodón.

He sido testigo, por segunda vez , de lo tremendo que es ver nacer a un nuevo ser. Como ese rito (atávico y primigenio) que es ‘el parir’ no deja de renovarse ante los ojos de cada hombre, acto brutal y sobrecogedor en su aullido de vida. Vida que va mezclada con sufrimiento desde el primer instante. Al ver a tu madre partirse, en girones de sangre, luz y dolor, venían a mi mente, de manera intermitente, pensamientos dispares (lejanos en el tiempo y cercanos en presencia). ¿Cuánto de mí tuvo que ocurrir y no al mismo tiempo para que tú, hija mía, estuvieras aquí? ¿Quién susurró tu nombre de juventud y dicha antes de que yo soñara con acunarte en mis brazos? Porque tu llanto al nacer, pequeña mía, es la brisa que besa nuestros ojos en este febrero frío.

Me ha acompañado durante estos días de hospital un libro maravilloso y terrible. Un libro forjado al amparo del dolor más agudo que quizá pueda un hombre sentir. Francisco Umbral enterró a su único hijo a los cinco años, Mortal y rosa es la bellísima elegía que el escritor dedicó a su hijo Pincho como salvación, quizás, de su propia alma tras su muerte.

El tiempo nos envidia y acecha, Julia, porque somos eternos. Eternos en nuestra caducidad y espera. Eternos en nuestra pequeñez, gigantes en nuestros deseos y sueños. Escribe con el más hermoso de los azules tu nombre en esta historia, hilvana con hilos de plata y oro tu verdad en este tapiz al que has llegado. Bienvenida, hija mía.

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