Limón&Vinagre

Mike Pence: otro que se llevaba trabajo a casa

Mike  Pence

Mike Pence

Albert Soler

En la Casa Blanca está de moda llevarse el trabajo a casa. O eso parece. Primero se descubrió que Donald Trump guardaba en su mansión un montón de papeles secretos que no podían estar ahí. Cosas de Trump, pensamos todos. Después nos enteramos de que también Joe Biden ocultaba documentos en su casa. El viejo se los ha llevado pensando que eran sudokus, razonamos. Pero ahora hemos sabido que también Mike Pence, quien fue vicepresidente con Trump, tenía sus papelitos guardados, no iba a ser menos. Uno llega a la conclusión de que son todos ellos unos currantes estajanovistas y que, al abandonar cada tarde el Despacho Oval, después de fichar y de recoger la mesa, quieren seguir trabajando en casa. A los servicios secretos del país no les gusta mucho esta práctica de trabajar en casa, se conoce que temen que la señora tire a la basura documentos comprometidos, las amas de casa no suelen tener miramientos con los trastos del marido.

—Mike, como tenías tu despacho hecho una leonera, he cogido todo lo que había en la mesa y lo he tirado, incluso unas carpetas ho-rro-ro-sas que ponían classified en rojo. Estoy harta de poner orden en esta casa, a ver si cogemos una hispana para que haga la limpieza.

Pence asegura que no tiene ni idea de cómo han llegado a su casa documentos clasificados y argumenta que seguramente fue por error. Otra posibilidad es que los documentos clasificados estadounidenses tengan patas, de ahí que se encuentren algunos de ellos en residencias tan alejadas entre sí como las de Trump, Biden y Pence. Estaría bien que todo aquel que haya trabajado en la Casa Blanca echara un vistazo al despacho de su casa, no sea que algún documento clasificado se haya instalado ahí. Es más, todos los estadounidenses deberían asegurarse de que en la nevera, en la alacena o en el cuarto de los niños no se les haya colado algún documento clasificado, a los cuales no termina de gustarles el archivo de la Casa Blanca y se buscan por su cuenta un hogar más confortable.

En España esas cosas no ocurren. A ningún político español se le ocurriría jamás llevarse trabajo a casa, con lo cual es imposible que en el hogar se cuele un documento clasificado. De hecho, el político español intenta todo lo contrario: no trabajar tampoco cuando está en su puesto de trabajo. La mejor manera de evitar que se extravíen documentos, clasificados o no, es elaborar cuantos menos documentos mejor. La falta de documentos puede provocar situaciones como que un tren no quepa en un túnel, pero a la larga evita situaciones comprometedoras como las de la Administración norteamericana. Además, en España no hay nada que merezca ser incluido en un documento clasificado, como no sean las andanzas de lecho en lecho del anterior rey, y esas ya las conocemos.

Mike Pence fue presentador de televisión antes que vicepresidente. Televisión conservadora, por supuesto, que por algo se jacta de leer la Biblia todas las mañanas. Fue también gobernador de Indiana, y desde este cargo intentó, por ejemplo, impedir que en el estado hubiera asentamientos de refugiados sirios, y firmó además un proyecto de ley para que se pudieran guardar armas de fuego en los vehículos de propiedad escolar. No parece que cerrar la puerta a los menesterosos y armar a la población sean ideas extraídas de la Biblia, más bien dicho libro invita a lo contrario, así que es posible que, igual que sucede con los documentos clasificados, ya en su etapa de gobernador se le colara en casa un extraño libro que se hacía pasar por la Biblia, sin que Pence se apercibiera de ello.

Su nula experiencia en medicina y sus inexistentes conocimientos de biología fueron claves para que Donald Trump le nombrara presidente del Grupo de Trabajo sobre el coronavirus en el año 2020, cuando la pandemia azotaba el mundo. A las pocas semanas de su nombramiento, haciendo honor a lo que se esperaba de él, no se colocó mascarilla durante la visita a un hospital y lo justificó más tarde explicando que necesitaba «mirar a los ojos» a sus interlocutores.

Esa peculiar manera de colocarse la mascarilla que tienen los líderes políticos de los Estados Unidos, tapando los ojos en lugar de la boca, podría explicar el porqué de la fuga de documentos clasificados hacia los domicilios privados: con la mascarilla situada entre la nariz y la frente, uno no acierta a distinguir un documento oficial del periódico deportivo del día ni del calendario de mesa, con lo que lo mete todo en la cartera y ya después en casa veremos. Eso explica también que los líderes norteamericanos no se distingan precisamente por la acertada visión que tienen de lo que ocurre en el mundo, ni siquiera en su propio país.

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