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El poeta laborioso

El poeta laborioso Francisco Javier Díez de Revenga

La catedrática de Literatura de la Universidad de Alicante Carmen Alemany Bay ha publicado en la editorial de la Universidad de Jaén el libro Textos inéditos e inconclusos de Miguel Hernández (Estudio y Edición), en el que da a conocer más de 170 borradores que el poeta redactó a lo largo de su vida, y que muestran con claridad cómo era su taller literario, ya que lo descubrimos, a través de estos textos, escribiendo con ansiedad cuanto se le ocurría hasta lograr el resultado final de un determinado poema. Se pone de relieve la condición de estos manuscritos, casi todos a lápiz y en papeles a veces muy efímeros y modestos, de ejercicios literarios que la editora considera que en muchos de los casos le sirvieron de aprendizaje poético.

Lo explica todo muy bien en su estudio preliminar, y sobre todo lo que destaca es la evolución que va experimentando su escritura. Por eso agrupa estos textos en cuatro etapas, y es evidente, que en la primera, la que está próxima a su libro Perito en lunas entre 1932 y finales de 1933, se revela más la condición de ensayos y pruebas. De esos años son un centenar los textos que se conservan; mientras que de las series siguientes el número de bocetos desciende: de la etapa entre 1934 y 1936, la que coincide con la preparación de El rayo que no cesa, tan solo son veinte los textos conservados; mientras que unos treinta corresponden a los años de la guerra, entre 1936 y 1939, y finalmente otros veinte entre esa fecha y enero de 1941, cuando Miguel, debido a sus enfermedades y deterioro físico, dejó de escribir. Moriría en marzo de 1942.

Lo milagroso es cómo ese archivo, custodiado ahora en Quesada (Jaén), tan importante y tan bien nutrido, permaneció íntegro hasta nuestros días. Porque, en efecto, el archivo tiene su propia historia que relata Alemany con detalle. Fue Josefina Manresa la celosa defensora de los papeles que su marido le fue entregando y que ella custodió celosamente. A pesar de lo que hubo de sufrir, durante los años cuarenta y cincuenta ante las solicitudes de investigadores y editores, algunos pocos fiables, su desconfianza y sus justificados recelos lograron que a la altura de 1986 llegaran a ser depositados con todas las garantías, en el Archivo Histórico de San José de Elche. Allí fueron catalogados y estudiados por José Carlos Rovira y por la propia Alemany, que los ordenó para su tesis doctoral, El antetexto hernandiano, presentada en la Universidad de Alicante, en 1992, año en el que publican, con Agustín Sánchez Vidal, la mejor edición de las Obras completas de Miguel Hernández, que muchos investigadores hemos utilizado con devoción porque daba a conocer antetextos y bocetos de muchos de los poemas además de numerosos inéditos.

Lo que confirmamos con este último libro de Alemany es que Hernández era un poeta laborioso, que meditaba mucho su trabajo e insistía en sus búsquedas verbales hasta encontrar la mejor expresión, que fijaría en la versión definitiva de cada poema. Pero lo que sucede con los textos que ahora conocemos es que estos no llegaron a cuajar en un poema final, aunque su lectura nos permite conocer algunos detalles de su forma de escribir y nos revela con claridad quiénes eran sus maestros más admirados, como se lee en uno de estos papeles: «qué culpa tengo de que mi rostro sea como el de Federico, de que mi paso tenga que ver con el de Pablo». Junto a García Lorca y Neruda, también advertimos la presencia de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, la soledad sonora de Juan Ramón Jiménez y san Juan de la Cruz, y, desde luego, a Quevedo y a Lope de Vega, hasta llegar a a Ramón Sijé…

Pero es muy cierto, como señala Alemany, que al poeta en formación, casi autodidacta, no le debió de ser muy fácil internarse en la disciplina poética y por eso hubo de inventarse procedimientos diversos para llegar a conseguir el poema perfecto y definitivo: «El proceso de aprendizaje fue muy intenso en el primer período poético, y si bien este irá atenuándose y modificándose, permanecerá hasta la escritura de sus últimas composiciones». Lo cual no impide que, entre tantos ensayos y pruebas, se adivine la mano maestra del poeta tan imaginativo y fértil que fue siempre Miguel Hernández, como se adivina en este inconcluso hasta ahora inédito: «Sentenciado a quererte me han parido / y no habrá quien me quite esta sentencia, / que a los pies de tu sombra con vehemencia / enfrentado me tiene y esparcido».

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