Verderías

Domingo en ruta al infinito

Herminio Picazo

Hay martes que salen cabrones. En el de esta semana, el café mañanero se me atragantó con la noticia del fallecimiento en Águilas de Domingo Jiménez Beltrán. Mirando mi guasap a punto estuve de añadir otros dos sobres de azúcar al café por ver si eso me endulzaba algo la vida.

Más de dos décadas de relación con Domingo me confirman la afirmación de que fue un hombre extraordinario. Un profesional, un pensador y un activista ambiental que dedicó una vida entera a intentar hacer del mundo un lugar más habitable. Y tras esa productiva vida, el martes, junto con todos sus átomos de carbono, Domingo voló a aquel sitio de fuego en el que al final reposan las personas buenas.

Fue la última de sus tantas enseñanzas. Se marchó simplemente para probar (una vez más, y por si no estaba lo suficientemente claro) la perfecta conversión de la materia en energía. Sin embargo la energía en la que devino Domingo no fue hecha para disiparse en el termodinámico y siempre incierto sumidero del universo, sino para quedarse persistiendo (tozuda, mediblemente), e iluminando las ilusiones, las ganas de saber más y de cambiar las cosas de cuantos aquí nos hemos quedado con esta cara de tontos.

La trayectoria de Domingo ha sido muy difundida por redes y medios de comunicación tras su fallecimiento, y desde luego resulta impresionante. Aragonés afincado en Águilas hace mucho tiempo y enamorado de esta tierra. Ingeniero industrial. Consultor en sus primeros momentos profesionales, primer director ejecutivo de la Agencia Europea de Medio Ambiente, director general de Política Ambiental en el Gobierno de España, Director del Observatorio de la Sostenibilidad. Patrono de numerosas entidades, como la Fundación Retorna, el Instituto Europeo de Política Ambiental de Londres, o las murcianas Fundación Desarrollo Sostenible y Fundación Soltec.

Su trayectoria estuvo jalonada de reconocimientos, como el prestigioso Premio Nacional de Medio Ambiente en 2007, y fue autor de gran cantidad de publicaciones e informes, y de innumerables ‘planfletillos’, como él me los calificó en una ocasión, que pretendían informar, pero también proponer y reivindicar un mejor camino hacia la sostenibilidad. Aunque seguramente él no lo consideraría relevante en su currículo, yo sí que destaco en el mío que participó, junto a Fernando Valladares y otros amigos, en la presentación de una de mis publicaciones realizada para el Consejo Económico y Social.

En los últimos años, dedicó buena parte de sus esfuerzos a impulsar el estupendo proyecto demostrativo que es la Fundación Castillo de Chuecos para la Sostenibilidad en las Regiones Mediterráneas, que espero que resista la marcha de su fundador.

Domingo abrió caminos y se le escuchó en círculos de intelecto no siempre cercanos a los distintos poderes, pero siempre influyentes en los cambios a medio plazo. Y eso no es poco. Desde que hace unos días marchó rumbo al infinito, el mundo es un organismo igualmente complejo pero un poco menos sabio.

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