Jodido pero contento

El inminente final de la energía fósil

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard. / Dionisio EscarabajalJODIDO PERO CONTENTO

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Muchos fenómenos sociales, en la economía o en la salud, por ejemplo, obedecen a una curva de expansión caracterizada por un lento desarrollo al inicio, casi plano, hasta que llega a un punto de inflexión en el que todas las fuerzas que impulsan su continuidad parecen conjurarse para producir un crecimiento explosivo. Es lo que se llama ‘punto de inflexión’ o, en inglés, ‘tipping point’.

Se aprecia sobre todo en las epidemias. El VIH se propagó muy lentamente en la República del Congo durante casi treinta años desde la mutación original en los años cincuenta, pero cuando llegó a los clubs gay de Nueva York desde Haití, se produjo un estallido en cuestión de un par de años que dio lugar a la trágica pandemia que todos conocemos. 

Este tipo de curva se replica en muchos fenómenos que afectan a nuestra sociedad. Ahora estamos viendo cómo varios fenómenos se combinan casi inevitablemente para provocar una transición con carácter inminente desde la energía fósil que ha dominado el mundo durante más de un siglo, a fuentes de energía limpias, abundantes y baratas. Aquí viene a cuento la famosa y premonitoria frase de un ministro saudí del petróleo: «La edad de piedra no se acabó porque se acabaran las piedras».

Recientemente se ha sabido que ya desde los años setenta, los científicos de Exxon Mobile, la mayor empresa petrolífera del mundo, habían predicho con sorprendente exactitud el fenómeno de calentamiento climático que provocaría la emisión de C02 en la atmósfera debido a la combustión de carbón, petróleo y gas extraídos del subsuelo y convertidos desde finales del siglo XIX en la fuente principal de energía. Esta energía sucia pero barata provocó un avance espectacular del mundo a lo largo del siglo XX. No hay que recurrir a teorías conspirativas para tener la certeza de que una industria que ha hecho ricos a tantos países tercermundistas, que de otra forma hubieran estado condenados a la miseria económica, ha movido cielo y tierra para manipular a la opinión pública y sofocar cualquier alternativa energética viable, fueran las renovables o la nuclear. De hecho, la prueba más concluyente de que el mundo se aleja de las energías fósiles es que estos países, enriquecidos a costa de la salud climática de nuestro planeta, hace décadas que invierten el dinero de sus fondos soberanos en fuentes de riqueza alternativas y, paradójicamente, en las energías verdes que harán obsoletos sus pozos de petróleo y sus depósitos de gas.

Dicen que los historiadores son maestros en predecir el pasado. Pues bien, cuando los historiadores contemplen el desfase de las energías fósiles casi de un día para otro en términos históricos (en 2100 no quedará ni rastro de la antigua industria de la energía fósil), se contemplará la conjunción de al menos cuatro fenómenos cuya aceleración imparable estamos viendo: el abaratamiento de las energías renovables, el avance en los sistemas de almacenamiento de energía, la nueva fase de la producción de energía nuclear, despojada de su mala fama de décadas y las transformaciones en las costumbres alimenticias de la población. Estos fenómenos harán una contribución desigual a la sustitución de los combustibles fósiles, pero en su conjunto provocarán su discontinuidad más pronto que tarde. Junto con estas tendencias, también estamos viendo cómo las vías muertas con las que la industria de la energía fósil intentaba confundirnos cada vez tienen menos predicamento económico y político. Ya casi nadie se cree que las tecnologías de ‘captura y almacenamiento’ del C02 puedan, aún con los tremendos gravámenes impuestos a la emisiones para incentivarlas, ser una alternativa real a las renovables en conjunción con las nucleares. 

Tampoco está del todo claro si los avances en el almacenamiento de energía, la otra pata imprescindible para estabilizar el uso de las renovables y darles el impulso final que necesitan, vendrá de la mejora tecnológica de las baterías de estado sólido o del desarrollo del hidrógeno verde, como parecen apuntar los ríos de tinta que se vierten estos días desde los gabinetes de comunicación de los Gobiernos y de los mass media, pero sea una u otra tecnología, lo que está claro es que no vendrá de las centrales de ciclo combinado alimentadas por gas. 

El respaldo natural idóneo de las renovables siempre fue el de la energía nuclear, pero la fijación de Alemania por el gas barato procedente de Rusia y su apuesta geopolítica por comprometer a este país con el progreso europeo, impidieron que las tesis francesas se impusieran, con las nefastas consecuencias que estamos contemplando.

Pero si algo positivo ha traído la invasión de Ucrania ha sido la clarificación moral y, de paso, el impulso político que la descarbonización exigía de los principales países implicados. Algunos países, como Alemania y el nuestro, se decantarán por las renovables, otros sin prejuicios viejunos optarán también por las nuevas nucleares, más pequeñas, seguras y limpias, como Francia, Estados Unidos, China y, sorprendentemente para los panolis de la izquierda patria, los países nórdicos como Suecia, Finlandia y los bálticos. Por otra parte, no hay que dejarse ofuscar por el presente inmediato, que ha dictado por las circunstancias un período de carencia en el desfase de energías fósiles como el carbón, ante el brusco cese de suministros del gas ruso a Europa. Precisamente esta jugada de Putin ha hecho más evidente que nunca que las democracias occidentales no pueden seguir siendo dependientes como hasta ahora de autocracias rivales y despiadados actores geoestratégicos como Irán, los países árabes, Venezuela o la propia Rusia. No hay lección que se recuerde mejor que la que entra con sangre, y eso está pasando con las energías fósiles. 

Por último está el fenómeno del cambio imparable de los hábitos alimenticios por parte de la población. Ahí se produce también una conjunción de fenómenos: el rechazo a la ganadería como fuente de calentamiento, la repulsión que causa a los jóvenes, sobre todo, el sufrimiento animal, la obsesión general por la alimentación saludable, y los importantes avances tecnológicos en la producción de alternativas vegetales a la carne. Lo importante es que la ganadería es una consumidora voraz de energía, voracidad que se verá fuertemente aminorada por estos cambios de hábitos.

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