Las fuerzas del mal

Mendacidad

Enrique Olcina

Enrique Olcina

Entre «la mujer se reduce a un ser cuyo fin único es la procreación» dicho por un jefe talibán y «cuando el sexo se convierte en un fin en sí mismo se olvida de que su finalidad es la procreación» dicho por Juan García Gallardo hay menos espacio que el de la voluntad libre de una mujer, de cualquier mujer del planeta, para hacer con su cuerpo y su vida lo que quiera, sea dedicarse a ser abnegada madre de familia hipernumerosa o mujer que vive su sexualidad al 100%, sin que eso signifique que no se puede ser ambas cosas a la vez, que todo es cuestión de organizarse y encontrar el compañero, o la compañera, adecuados.

El otro día una amiga querida me decía que yo había bajado mi límite de tolerancia. Lo he dicho alguna vez aquí, tengo menos cintura que la que tenía antes para determinadas cosas, para determinadas personas y para determinadas ideas políticas. Quizás tenía más cintura porque el objetivo era llegar a un consenso y lo que a mí, y a muchos como yo, nos parecía un avance. Ahora me encuentro batallando en esa colina que creía que era un espacio seguro y abierto para todos, incluidos los que se oponían a esa idea y ahora la transitan libremente. «¿Otra vez estamos así? ¿Pero esto no lo habíamos discutido sobradamente y habíamos llegado a un acuerdo?» es lo que se me pasa por la cabeza. Supongo que no debería quejarme porque es así como funciona el debate político y que se me olvida lo que he repetido muchas veces, que nada está ganado.

Eso es que se mueve la ventana de Overton, que no es un lugar sino la persona que enunció cómo los espectros sociales eran movibles y que los veíamos como una ventana de posibilidades. Cosas que antes eran impensables o radicales y no aparecían en la ventana pueden convertirse en aceptables, sensatas, populares, y, finalmente, políticas. Y eso no está mal cuando «estamos ampliando las oportunidades de felicidad para nuestros vecinos, para nuestros compañeros de trabajo, para nuestros amigos y para nuestros familiares, y a la vez estamos construyendo un país más decente», que son las palabras de Zapatero cuando se aprobó el matrimonio igualitario. Cuando sucede lo contrario, sí. Que la ventana se mueva puede suceder gracias a los hechos y la lógica, elementos absolutamente deseables, a la moralidad, a las emociones, a las circunstancias, una zona gris que deberíamos verificar con los primeros, o la desinformación, que deberíamos desterrar. La desinformación, que es mendacidad, o hábito o costumbre de mentir eleva casos particulares a la generalidad, habla de chiringuitos, estadísticas ocultas, genera odio hacia los más débiles para que los más poderosos estén tranquilos, divide y enfrenta apelando a unas fuerzas malignas genéricas que no tienen una expresión factual y lógica reconocible, imaginados hombres del saco que generan miedo. De esos discursos y de esas personas deberíamos huir como de la peste y no incensarlos y elevarlos a los altares.

Lo que me recuerda que se ha muerto José Luis Mendoza, no se si saben. Ita pacem te accipere, cum tranquillitate relinquere nobis. Amén.

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