mamá está que se sale

Me olvidé de vivir

Elena Pajares

Elena Pajares

Tú también eras fan de Julio Iglesias? Aquellas canciones clásicas, las del principio, eran lo más. Me encantaban. Con aquellas letras tan sentidas, tan hondas. Yo las cantaba apasionadamente, aunque en realidad para mí, en aquel entonces, estuvieran vacías. No me sentía identificada para nada con ninguno de los dramas que contaban, aunque las escuchara una y otra vez. Eran como el que ve una telenovela. Dramas ajenos. Y ha sido así hasta la semana pasada, cuando la de «me olvidé de vivir» obtuvo de repente un nuevo significado para mí.

No se trata de que abandonase nada, ni a nadie, por hacer mi vida, qué va. Mejor dicho, ¡qué más quisiera! Es justo lo contrario. Que me olvidé de vivir mi vida, la que tenía cuando era joven, o al menos, más joven que ahora. Esa vida de quedadas con amigas, sin horas de recogida ni otros compromisos que te obligaran a volver pronto a casa. La vida de comidas, cenas y de todo tipo de celebraciones, por todos los motivos que hubiera. O la vida de los primeros trabajos, con poco sueldo, pero poca responsabilidad. ¿Dónde ha ido todo eso? Es como si hubiera hecho un viaje cósmico, sin saber cómo ni cuándo. Y de repente, en un nanosegundo del metaverso como diría Tamara, han pasado quince o veinte años. Por arte de magia me he plantado, sin más, en mis cuarenta y tantos, y me encuentro con que tengo hijos y sobrinos adolescentes, mi trabajo es infinitamente más serio, y en general, la ingenua vida de antes, ahora es de otra manera. En un suspiro se ha pasado media vida, jolín que hasta me ofrecen planes de jubilación ¿en qué momento ha pasado?

No puedo decir que me haya engañado nadie, o que no haya querido, deliberadamente, meterme por cada camino que he elegido. Y sin ninguna duda, ser madre, formar una familia, en particular la mía que es estupenda, ha sido de las cosas que más feliz me han hecho, y que más satisfacciones me han dado. Al mismo tiempo, lo que más me ha puesto a prueba en todos los sentidos. Es probable, también, que esa faceta de madre de familia se haya tragado el resto de cosas de mi vida, como lo haría un agujero negro. ¿Sabías que los agujeros negros lo son porque giran un pelín más rápido que la velocidad de la luz? Por eso la luz no los ilumina. Y son un campo magnético de tal potencia, que tragan todo lo que se les acerque. No me digas que no es un paralelismo estupendo.

Hablé con mi amiga Pilar de cómo nos olvidamos de vivir las dos, cada una en sus circunstancias. Cómo las quedadas con amigas fueron decayendo, porque cuando los niños eran pequeños había que idear un plan estratégico de logística, organizarse una semana antes y pagar un plus de parking, cada vez que queríamos quedar con alguien. Y cuando fueron creciendo, la vida social tan intensa que tenían los niños, no nosotras, nos hicieron reconvertirnos en taxistas, y teníamos que andar primero de reparto y luego de recogida. Por si eso fuera poco, cómo el mercado laboral se fue endureciendo y ya no todo eran risas. Las dos hemos tenido un periplo importante a nivel laboral. Recuerdo cuando eran los niños pequeños, que cuando terminaba la jornada laboral, tenías tu otro trabajo esperándote en casa. Como para organizar quedadas.

Pues sí, me olvidé de vivir. Pero totalmente. A lo mejor, lo que tenemos, las dos, es añoranza de nuestra juventud, ese divino tesoro, del que al menos gracias a dios disfrutamos mucho. Si cerráramos los ojos, claro que nos gustaría que volviera. Sobre todo, porque por primera vez hemos visto que ya no volverá. Pero, por otro lado, a pesar del vértigo del agujero negro, y de lo rápido que han pasado estos años, no me digas que no ha valido la pena.

Habrá que asumir que quizá esa juventud no vuelva. Pero si un día nos olvidamos de vivir, sería porque el agujero negro nos valía la pena. Y siempre nos quedan recuerdos y amigas con las que revivirlos.

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