Limón&Vinagre

Juan García-Gallardo: bum bum, ¿no oyen?

Juan García-Gallardo

Juan García-Gallardo

Emma Riverola

Es el hálito de la humillación, de la castración, de la discriminación. El aire viciado que siempre encuentra rincones donde agazaparse, hasta que llegan los viles y, de nuevo, tratan de imponerlo. Bum bum, ¿lo oyen? Es el latido del machismo, del intento de doblegar a las mujeres desautorizando su voluntad, de convertirlas en menores de edad, de despojarlas del control de su cuerpo. Bum bum, ¿lo oyes? Es esa voz que te dice que no sabes cuando le llevas la contraria, que tu opinión no vale, que mejor te calles y escuches, sobre todo que escuches. ¿No oyes? Bum bum. Mujer tenías que ser.

Juan García-Gallardo (Burgos, 1991) es el hombre que anunció las medidas del Gobierno de Castilla y León para que las mujeres tomen la decisión de abortar de un modo «mucho más consciente». Él, el mismo que ante una pregunta concreta sobre su propuesta se permitió afirmar, con una sonrisa boba de disculpa (y de tan boba, hiriente): «Yo es que no sé mucho de embarazos». Y sí, tiene razón, ese hombre no sabe nada de embarazos ni de abortos ni de mujeres que se quieren libres ni de respeto ni de igualdad. Ese hombre, esos hombres, solo saben que quieren el dominio de los cuerpos de las mujeres porque ese, tengámoslo claro, es el primer paso del autoritarismo.

Hijo y nieto de abogados. Licenciado en Derecho por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, García-Gallardo ejerció la abogacía en el bufete familiar. Como Albert Rivera, se forjó en concursos de debate. Es católico practicante, aficionado a la hípica, forofo del Atleti y aficionado a la tauromaquia. Tiene una novia a la que piropea en las redes y con la que pronto quiere casarse y formar una familia. Le preocupa la educación de sus futuros hijos: «La contaminación ideológica en multitud de cuestiones, el ecologismo radical, el feminismo radical y la memoria histórica». Fueron estos temas los que le condujeron a Vox.

Ya apuntaba maneras desde muy joven. Una serie de tuits rescatados de hace 11 o 12 años dejaba perlas como: «Me parece una gran idea recuperar a Raúl para la Eurocopa. Hay que heterosexualizar ese deporte repleto de maricones». «No es lo mismo un matrimonio que un mal llamado matrimonio homosexual». «Qué ridículo suena que las mujeres exijan la igualdad de trato, cuando lo que quieren es seguir siendo tratadas igual de bien que hasta ahora». «Ser feminista es una ridiculez, más aún si no eres una mujer». Aunque hoy asegura que sus comentarios homófobos eran bromas futbolísticas, aún opina que lo deseable es una familia donde los hijos tengan «una referencia paterna y una materna». Eso sí, asegura que en su «boda va a haber homosexuales, no hay ningún problema». Pues menos mal.

García-Gallardo es el hombre que ante el asesinato de una niña a manos de su madre aprovecha para afirmar que la «ideología de género mata». El que sigue denunciando un supuesto desamparo legal del hombre mientras los asesinatos machistas nos estremecen cada día. El que afirma que «las políticas feministas no buscan ayudar a la mujer, sino enfrentar y crear una macroestructura asociativa y administrativa con la que subsistir mediante subvenciones». Ahora, es el vicepresidente autonómico que ha anunciado una serie de medidas antiaborto que son un torpedo emocional.

Con un uso intencionado de la palabra bebé para hablar de un embrión o feto, el político anunció que los médicos de Castilla y León estarán obligados a ofrecer ayuda psicológica a la mujer que haya decidido abortar: la posibilidad de escuchar el latido del corazón del feto o ver una ecografía en 4D. ¿Tan ignorantes, insensibles, imprudentes y frívolas considera a las mujeres para proponer esas pruebas? ¿De veras cree que no somos conscientes de la repercusión de decisión tan trascendental? ¿Qué pretende conseguir con ese latido o esa ecografía que muestra «la cabeza, los pies, las manos y los dedos»? El chantaje emocional, la coacción es evidente.

Hay una palabra callada que sobrevuela todas esas medidas. La misma que se escupe con odio en las concentraciones a las puertas de las clínicas donde se practican abortos. ¡Asesina!, gritan a la mujer que ha decidido interrumpir su embarazo. Es el odio que pretende quebrarla o ahondar en su trauma. Desde abril, esas concentraciones constituyen un delito. Pero hoy, con corbata verde y maneras amables, con una juventud preñada de discriminaciones arcaicas y superioridad moral, está en el Gobierno de Castilla y León. ¿Mañana? Bum bum.

Suscríbete para seguir leyendo