LIMÓN&vinagre

El hijo del bombero y la llamada de DT

Kevin McCarthy

Josep María Fonalleras

En la sesión que había comenzado un 6 de enero y que terminó la madrugada del 7, el nuevo presidente (speaker) de la Cámara de Representantes, el republicano Kevin McCarthy, tuvo un recuerdo para su padre, que fue ayudante del jefe de bomberos de Bakersfield, en California. Dijo que «lo importante es cómo acaba todo, y no cómo empieza». Se ve que era una de las frases preferidas del señor Owen McCarthy, hijo de un inmigrante irlandés. Y lo que acabó bien fue la 15ª votación en cinco días en los que el espectáculo de la política americana fue más que nunca un esperpento. Dos años antes, el mismo día de la Epifanía, una horda de enardecidos ultraderechistas, esa banda armada, insurrecta y violenta atizada por Trump, había asaltado el Capitolio.

Kevin McCarthy

Kevin McCarthy

Como afirma Carolyn Gallaher, una profesora especialista en la extrema derecha, «ahora se están institucionalizando». Es decir, los mismos (al menos los que blandían las mismas ideas supremacistas y conspiranoicas) ahora se instalan en los escaños que hace dos años trataban de quemar mientras la anterior speaker, Nancy Pelosi, temía por su integridad. De esperpento en esperpento, pues, hasta la victoria final, porque el resumen de lo que sucedió en Washington es que veinte0 republicanos (de un total de 216 congresistas) lograron disparar contra su propio partido para evitar que McCarthy fuera presidente de la Cámara. Lo hicieron durante cinco días y hasta el último momento.

Cuando ya todo hacía prever que se arreglaría la disputa interna después de múltiples concesiones a lo que llaman Freedom Caucus (esta soi disant panda por la libertad), uno de los congresistas, Matt Gaetz, no votó lo que todo el mundo pensaba que votaría y, en una escena que bien podría ser cinematográfica (de tensión y de gestos violentos, de machos cabríos con cuernos que chocan entre ellos), se enfrentó físicamente a McCarthy, que le cogió del brazo y le recriminó la postura díscola. Es decir, después de todo aquel follón televisado, de aquellas idas y venidas, de las miradas penetrantes y los gritos ruidosos, mientras los hijos de los congresistas esperaban que los papás pudieran jurar el cargo para celebrarlo en familia, un hombre lo volvía a estropear todo. Este tal Gaetz es miembro del club Never Kevin (Kevin, nunca), que es una manera bastante simpática de convivir, ambos, en el mismo partido.

McCarthy, cuando acabó el drama orquestado por los republicanos más extremistas, declaró: «Nunca me rindo», algo que, vistas las circunstancias, parece bastante acertado. Eso sí, para conseguir el despacho que tanto deseaba se comprometió a pasar por una hipotética y futura moción de censura si un solo congresista lo proponía, un congresista que no sería de extrañar que fuera, por ejemplo, el propio Gaetz. Además, transigió con unas cuantas concesiones más, entre ellas la de suprimir los detectores de metales que Nancy Pelosi había hecho colocar tras el asalto de 2021. Si sumamos a esta curiosa iniciativa el hecho de que invitó («es una invitación personal») a todos los americanos a visitar la ‘Casa del Pueblo’, para acabar con el ‘oscurantismo’, ya tenemos a punto el cóctel perfecto para que las milicias armadas de los Oath Keepers o los batallones ciudadanos de los Proud Boys o los del Patriot Front hagan visitas turísticas al Capitolio, con los gastos pagados.

En su juventud, mientras estudiaba marketing y empresariales, McCarthy montó un negocio de venta de sándwiches y trabajó de bombero ocasional. Quiero decir que tanto por tradición familiar como por experiencia, parece tener cierta habilidad en apagar fuegos. También sabe cuál es el fuego que más arde y qué compañía le conviene. Criticó a Trump por ese golpe de Estado fallido y, a los pocos días, ya estaba en Mar-a-Lago a recibir instrucciones. Cambió de opinión. Ahora le agradece la ayuda: «Si no hubiera sido por él, ahora no sería presidente». Efectivamente. En medio del revuelo, se hizo célebre la fotografía de la congresista Marjorie Taylor Greene con un teléfono en la mano donde se veía a quien llamaba: DT. Y su mirada, que imploraba fijarse en la pantalla con un dedo que señalaba al emisor del mensaje, como si fuera Dios en persona quien daba órdenes. La llamada causó el efecto oportuno y McCarthy recordó a su padre bombero («lo importante es cómo acaba») mientras risueño, con traje azul marino y dientes inmaculados, levantaba el brazo (el derecho) para el primer golpe de mazo de su mandato.

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