Dulce jueves

Trenes nocturnos

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Son días de renovación o, al menos, de propósitos de renovación. Deseos expresados en voz baja que probablemente queden en buenas intenciones. Cuánto peligro encierra la tentación de cambiar, de ceder a la convicción de que algo estamos haciendo mal, que vamos por el mal camino, que falseamos nuestras vidas por falta de coraje. Leo en el diario de May Sarton: «Nos aterra admitir que nos hemos equivocado, admitir que somos débiles; sin embargo, solo cuando lo logramos brota la luz, como una especie de perdón». ¿Ha de brotar la luz de nuestro interior o viene de fuera? ¿Nos perdonamos a nosotros mismos o debemos esperar a ser perdonados? ¿El cambio tiene que ser radical o puede empezar por las pequeñas cosas? Siento empezar el año con preguntas, pero es que a mí, desde siempre, este tiempo de brindis me deprime un poco, se me hace cuesta arriba, como si el año que empieza fuera una carretera larga y recta, cuyo punto de fuga me cansa solo con otearlo. La línea recta me crea estrés, los espacios abiertos me confunden, las expectativas metódicamente diseñadas me aterran. Detesto las efemérides, los días señalados, los calendarios, las estaciones de destino, los propósitos de enmienda. Amo los trenes nocturnos.

En un cuento de Willa Cather que he leído estos días un hombre de negocios, de ideas sólidas y temperamento oxidado, se encuentra por azar en un tren con una joven cantante de ópera, ligera, chispeante, que se pasa todo el viaje intentando perturbarlo con su atrevida conversación y sus preguntas descaradas. Él le dice que como persona de fundamento, no le gusta la música, ni el arte en general, que ir a conciertos es cosa de jóvenes entusiastas y que él está en contra del entusiasmo. Hablan del arte y de la alegría, y discuten sobre el sentido de una vida verdadera. Él es perezoso y precavido. Ella ama todo lo nuevo, incluso las nuevas tristezas. Hablan del miedo a vivir: «Cuando la virtud se convierte en algo vivo y ardiente, usted la odia tanto como odia la belleza». Bajo su mirada brillante y curiosa, él tiene la sensación de que ella le ha puesto un espejo delante para que vea su rostro inexpresivo, un rostro de negocios, en el que los sentimientos no han dejado huella. Reconoce que nunca antes se había visto a sí mismo de una manera tan nítida.

A partir de ese momento y durante el tiempo que dura el viaje, toda la verdad de las cosas importantes de la vida, y su debilidad, pasarán ante sus ojos. Antes de encerrarse en su coche-cama, ella le dice que la verdad está en lo que soñará esa misma noche. Aparentemente el encuentro no hará mucha mella en él, pero quedará para siempre como una luz escondida, reservada donde se guardan las cosas que sabemos verdaderas aunque no las comprendamos del todo y, pese a su oculta y obstinada presencia, no sepamos responder a ellas.

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