Allegro agitato

El Concierto de Año Nuevo

Aunque actualmente pueda parecer un concierto de reafirmación de las tradiciones austriacas, en su origen aparece el nombre de Josef Goebbels, ministro de propaganda nazi

Gabriel Lauret

Para violines segundos y violas de una orquesta sinfónica es difícil encontrar un repertorio más aburrido y monótono que el del concierto con más audiencia del planeta. Mientras melodías bellísimas circulan entre los violines primeros y los solos de los instrumentos de viento, ellos mantienen ese ritmo continuo, obstinado e inmisericorde de silencio y dos notas iguales, que cambian sólo por necesidad de la armonía, aunque la forma de tocarlo es esencial, ya que condiciona absolutamente la interpretación de esta música. 

De mis recuerdos en blanco y negro está el concierto de una orquesta que tenía lugar en una sala decorada con flores, cuyo director era un señor sonriente, muy alto y elegante que tocaba el violín. Para acabar, el público, feliz y contento, hacía palmas mientras la orquesta continuaba tocando y, a continuación, llegaba mi momento preferido: unos señores vestidos con trajes ajustados se lanzaban con sus esquíes para alcanzar la mayor distancia posible en un trampolín enorme. Año tras año la tradición se repetía en casa. Aquel concierto continúa y se realiza invariablemente cada primer día del año en Viena, a cargo de su orquesta filarmónica, en la Sala Dorada del Musikverein y es el más visto del año en todo el mundo, hasta para aquellos que tienen su propia tradición de no ver ningún otro concierto en lo que resta de año. 

Aunque ahora pueda parecer un concierto de reafirmación de las tradiciones austriacas, en su origen aparece el nombre de Josef Goebbels, ministro de propaganda nazi, que intentaba unificar las tradiciones culturales de Alemania y de la recientemente ocupada Austria. Por ello, su primera edición, un concierto extraordinario celebrado el 31 de diciembre de 1939, fue retransmitido por la radio del Reich alemán. La idea de que se interpretara sólo música de Johann Strauss pudo ser del director, Clemens Kraus, a quien le gustaba incluir en sus programas obras de este compositor austriaco, aparentemente poco transcendente. Tras la guerra, Kraus continuó con la dirección hasta su súbita muerte en México en 1954, con un breve periodo de depuración en el que fue sustituido por Josef Krips.

Aquí se abre una segunda y gloriosa etapa, en la que la Willi Boskovsky, concertino de la Filarmónica de Viena, se puso al frente retomando la costumbre de los Strauss de tocar y dirigir a la vez. En esta época se establece la tradición de concluir el concierto con el vals del Danubio Azul y la Marcha Radetzky, y también comenzaron las retransmisiones televisivas. Fueron 25 años que concluyeron en 1979, con la jubilación de Boskovsky.

Desde el año 1980 comienza el periodo actual de las megaestrellas de la batuta. Inicialmente fue Lorin Maazel, titular por aquel entonces de la Stattoper, quien dirigió el concierto durante siete años consecutivos. Lorin Maazel también era capaz, aunque lo hizo muy excepcionalmente, de tocar el violín en alguna de las obras, ya que fue violinista profesional en la orquesta de Pittsburgh. Posteriormente comenzaría el desfile abanderado por Herbert von Karajan en un concierto en el que la orquesta abandonó el escenario para que Karajan recibiera las aclamaciones del público en solitario. Pocos son los grandes directores que no han pasado por el podio. Algunos muy recurrentes como Ricardo Muti, Zubin Mehta o Welser-Möst. Me viene a la memoria un octogenario Georges Prêtre, confesando que dirigir este concierto había sido una de las grandes ilusiones de su vida. Pero, si tuviera que decantarme por alguno de los conciertos de esta etapa, sería sin duda por los dos que dirigió Carlos Kleiber, un director exquisito con esa rara capacidad de encantamiento que consigue, con agrupaciones de este nivel, un resultado asombroso de perfección, fraseo y estilo.

Recientemente y gracias a la era digital, pude volver a ver algunos de los conciertos de Willy Boskovsky. Quizás no tuviera la calidad como director de algunos nombres que acabo de mencionar, ni su capacidad de crear versiones modélicas, pero sí era un modelo de estilo y del disfrute de esta música. Una orquesta que tocaba casi sola, con total implicación en que el ritmito que comentaba al inicio sonara perfectamente ‘a la vienesa’. Y su público, que no era un público multicultural que espera el resultado de un sorteo para viajar desde distintas partes del mundo, sino el público habitual de la orquesta, con la complicidad que conlleva, acostumbrado a escuchar su música y a saludar a sus músicos por la calle. 

Sinceramente, me quedo con esa forma de entender la música.

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