Todo por escrito

Cuento de Navidad (2)

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

En su proceso de recuperación psicoemocional navideño había un factor que a Antonio se le había pasado por alto: el apego, «el mayor motivo de sufrimiento de la humanidad», según el experto en crecimiento emocional con más seguidores en TikTok. La conclusión era clara: debía ‘desapegarse’ de su Diario de Pajas y compartirlo con el mundo. Ya lo decía Jodorowsky: «Lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas».

Pero, ¿quién estaría interesado en leer su obra sanadora? ¿y si los detalles de sus trabajos en Central Lechera Asturiana ofendían a alguien? El día de Nochevieja, Antonio tuvo una idea brillante: daría a conocer su bitácora onanista en un ‘espacio seguro’ y ‘libre de culpa’. Es decir, lo echaría al buzón de Correos.

Todavía era temprano. Hacía buen día y casi le sobraba el abrigo. La ciudad estaba llena de gente tomando el aperitivo y celebrando que, en solo unas horas, darían la bienvenida al 2023. Antonio aprovechó el viaje que tenía que echar al súper (todavía no había comprado las uvas) para depositar su diario terapéutico en el buzón de la esquina. Cuando llegó, se sintió algo cohibido. Un motorista con el casco puesto lo vigilaba, sin bajarse de su vespa, desde el otro lado de la calle.

Antonio remoloneó y se lo pensó dos veces. El motorista no le quitaba ojo y le estaba poniendo nervioso. Fue entonces cuando recordó que ‘tenía que empoderarse’ y ‘darse permiso’, según le había oído a Tania Llasera en uno de sus directos de Instagram. Respiró hondo y, cual náufrago que envía un mensaje en una botella, echó por la ranura del buzón amarillo su Diario de Pajas, dentro de un sobre sin destinatario, pero con su nombre y dirección en el remite. Al fin y al cabo, «la autoafirmación es el cuarto pilar de la autoestima», según la revista Tu voz interior.

Al volver a su casa, Antonio comenzó a sentirse algo melancólico. Se acordó de sus padres. «Ojalá todavía estuvieran aquí», pensó. De repente sintió que la sobredosis de autoayuda que había estado consumiendo durante toda la Navidad no lograba sanar esa herida abierta. Cuando estaba planteándose zurrársela un rato para recuperar la alegría, sonó el timbre. Antonio cogió enseguida el telefonillo: «Correos. Abra, por favor», dijo alguien desde el otro lado.

Antonio quería morirse, pero antes de poder saltar por la ventana, llamaron a la puerta.

—Eres Antonio, ¿verdad? Tú has echado esta mañana un diario personal en el buzón, ¿a que sí?—, le preguntó la atractiva mujer vestida con el uniforme de Correos.

Antonio no sabía qué decir. Era la primera chica que se presentaba en su casa desde hacía años.

—Anda, que te he visto meter el sobre en el buzón. Estaba en la moto, al otro lado de la calle, con el casco puesto. De hecho, te observo todos los días: cuando vas al súper o merodeas por el barrio.

—Es que estoy en el paro y tengo mucho tiempo libre—, contestó él.

—Sí, lo sé. He leído tu diario y, bueno, me parece interesante. De hecho, tú me pareces interesante. Eres apasionado, sensible, divertido y parece que se te dan bien los trabajos manuales...

Antonio se quedó callado.

—Mira, eres muy guapo. Supongo que ya lo sabrás... En fin, hace tiempo que me siento atraída por ti, es como si ya te conociera de antes y, al leer tu diario he descubierto que, además de estar como una cabra, estás soltero.

Esa noche, Antonio y la bella cartera Teresa se comieron las uvas juntos. La respiración y los corazones de ambos comenzaron el 2023 sincronizados.

Suscríbete para seguir leyendo