Dulce jueves

Pequeñas transformaciones

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Como esta es la última columna del año echaré la vista atrás para rescatar algunas cosas que he visto o leído o que me han pasado. Tenemos la sensación de que el tiempo vuela y parece que un año pasa rápido, pero dentro, visto desde el final, es toda una vida la que cabe porque en cada momento la vida se expande en múltiples direcciones, hacia delante y hacia atrás, escurriéndose por los agujeros que vamos dejando sin cerrar o filtrándose a traición entre los pobres parches con los que nos remendamos.

Kafka lo expresó de una forma demasiado aterradora en La metamorfosis, una transformación repentina y sin vuelta atrás que nos desgarra definitivamente. Pero lo único definitivo es lo que somos y descubrirlo es tarea de toda una vida, con billete de ida y fecha abierta de regreso. El regreso será imaginario, puede parecer insuficiente y que se demora demasiado, pero es el único consuelo que nos deja el destino. Para cuando llegue, conviene ser indulgentes y no demasiado estrictos, con nosotros mismos y con los demás; si no es así, nos puede pasar como a los personajes de El caso Maurizius, de Jakob Wassermann, la mejor novela que he leído este año, para quienes «el crimen es insignificante, mientras que el castigo es inhumano».

Si solo vemos lo infame del mundo, nos resultará indescifrable. Si renunciamos al caos feliz en nombre de la disciplina y el afán de perfección, si apartamos las incoherencias del corazón por la rigidez de la justicia. Si nos creemos acabados, como si el viaje tuviera una sola dirección, estaremos construyendo los muros en el alma contra los que nos estamparemos al final. Aprende esta lección: las cosas nunca son lo que parecen. Deja que el suelo tiemble bajo tus pies. El espíritu es inquietante, la vida es un misterio. Y la verdad no la encontrarás en una estación, sino en el trayecto que te lleva de una a otra, en los cambios del paisaje en la ventanilla, en tu reflejo transparente entre la niebla o atravesado por los primeros rayos de sol.

Son las pequeñas transformaciones que tan bien cuenta la mejor serie que he visto este año: The White Lotus. Un grupo de turistas llegan a un hotel de lujo en Hawai cargados con una angustia vital de la que ellos no son apenas conscientes, pero que el gerente del resort resume con una mezcla de sarcasmo y compasión: «El objetivo es darles a los huéspedes una impresión etérea, que les resulta muy placentera, de que pueden tener todo lo que quieran, aunque no sepan lo que quieren ni qué día es ni dónde están ni quiénes son ni qué cojones pasa…». Así hemos atravesado el año, como esos turistas algo desorientados, que creen tener su vida más o menos bajo control, aunque no sepamos muy bien en qué consiste, intentando hacernos cargo de nuestras elecciones, disimulando nuestra debilidad, todos por igual ingenuamente desarmados ante la gran aventura de vivir.

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