Entre letras

Narrativa de una vida

José Ángel Castillo

José Ángel Castillo / Francisco Javier Díez de Revenga

Francisco Javier Díez de Revenga

José Ángel Castillo (Murcia, 1946) acaba de publicar en La Rosa de Papel un sugerente libro de poemas de originalísimo título: El decadente aroma de los puntos suspensivos… Reencontramos en este volumen, ilustrado expresivamente por Álvaro Peña Sáez, al poeta existencial que reflexiona en sus composiciones sobre los diferentes pasos de la vida, desde los recuerdos de adolescencia y juventud a los escenarios del presente, comprometido el poeta con la madurez, la edad y las proximidades del destino final, sutil inclusión en un poemario tan optimista sin embargo, que no ha de pasar inadvertido al lector que llegará a asombrarse de la fecundidad de un escritor capaz de crear en sus composiciones una narrativa de su vida, pasada y presente, de decidida autenticidad. Porque el libro, sobre todo lo que contiene es verdad y vida. Señala Victorino Polo García en el prólogo que el poeta sabe expresar lo que es capaz de sentir, por encima del oficio propio, aquello que le es personal e intransferible, porque posee ese don especial que le capacita para penetrar en el misterio de la poesía y lograr la dimensión artística.

Ha organizado su libro José Ángel Castillo en dos amplios sectores, dedicado el primero a mostrar lo que denomina «fotos de una vida», mientras que el segundo se ocupa del «veloz discurrir de los ocasos», evidenciando un tránsito desde la poesía del gozo y de la celebración, pero también de la sátira y la censura, a la poesía de la reflexión y la elegía, consiguiendo así, entre ambos extremos, la cohesión de un libro consolidado entre perplejidades, nutrido de continuos asombros y dotado de encuentros y escenarios reveladores de memoria, tiempo y vida. Acaso los puntos suspensivos aludidos en el título tengan mucho que ver con las dudas y las incertidumbres que forjan poemas bien construidos y escritos con su estilo propio que descube al poeta dominador de una expresión muy rica pero natural y sin alambiques ni artificios. Es el medio adecuado para expresar tantas vicisitudes como las que este libro tiene que mostrar a sus lect0res.

Hay en esas fotos de una vida muchos compromisos con la realidad que nos muestran a un ciudadano inmerso en un mundo que debe ser censurado. Por eso se descubren en sus versos, serenamente satíricos, a los incapaces de siempre decidiendo por los demás y se divisan también los permanentes enemigos del habitante del presente. Pero entre tanta advertencia, comparecen también en estas fotos los gozos imborrables, los recuerdos felices, unas cartas de amor y una mirada o una sonrisa que ha permanecido en la memoria.

Acaso el gran acierto de este enjundioso poemario resida en que ha sabido conjuntar en un mismo proyecto todas las vertientes de una vida serenamente trascurrida con sus luces y sus sombras, con sus gozos y sus pesares. Por eso se justifican imágenes de dureza expresionista, alzhéimer y quirófano, mientras el destino final se divisa en ocasiones con su advertencia inexorable. Porque todo es parte de una vida. Y los puntos suspensivos, que dejan abierto el espacio de la escritura, casi siempre expresan mucho más que un aroma decadente, porque son síntomas de sumisión desdeñada, porque son reflejo de indecisiones, esos grises y oscuros puntos suspensivos.

Buscar y cazar estrellas y luceros en un oftalmológico campo visual constituye la metáfora más clara de la existencia contenida en la serie de poemas finales que cierran este libro intenso. Desvelos, amigos, palpitaciones, sensaciones de placer tardío y sereno, búsqueda de comprensión en convivencia, al tiempo que se observa la vida alrededor, la vida de los demás en su edad provecta que parece identificarse poco a poco, hasta la eternidad, con la propia. Y surge entonces la imagen más dura de todo el poemario: la soledad de los purgatorios vivientes. Por eso son tan inquietantes esos testimonios que suenan a noviembre, imágenes reveladoras de atardeceres imparables que se convierten en ocasos definitivos.

Sentimientos de permanencia en el mundo que no esconden contemplaciones satisfechas de lo que se ha sido y de que se ha vivido, desde la lejana adolescencia y la impetuosa juventud. Y también están alrededor las cosas, esas que Pedro Salinas adoraba, seres inanimados, pero con vida propia, que construyeron una biografía, viejos trastos que son dulces prendas, que contienen en sí memorias y recuerdos porque representan lo que se amó. Pero están también la felicidad presente incrementándose en los recuerdos pero también los olvidos, ver trascurrir las imparables horas del insomnio, sentir en el fondo los latidos del corazón, compañero veterano e inseparable, y sentarse frente al mar para ver la vida, cómo llega y se marcha eternamente…

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