Luces de la ciudad

La vida al revés

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Siempre he escuchado que cuando una mujer se queda embarazada, ve embarazadas allá por donde va o que cuando te enyesan una pierna o un brazo, aparecen escayolas por todos lados. Es como si se produjera un magnetismo especial, imposible de dominar, que te obliga inevitablemente a fijarte en tus iguales. Pues eso mismo me ocurre ahora a mí con los jubilados, que me los encuentro en cualquier parte. ¿No será porque yo también estoy ‘embarazado o escayolado’?

Recuerdo la típica frase de nuestra juventud, esa que utilizábamos cuando queríamos intimar con alguien, original donde las haya: «¿Estudias o trabajas?». Ahora, al encontrarme con algún conocido después de un tiempo, pregunto: «¿Trabajas o estás jubilado?». Y a este ritmo, terminaremos preguntando: «¿Estudias o estás jubilado?».

Hay que ver lo que ha cambiado la cosa. Antes, no hace tanto, jubilarse era sinónimo de desgracia. Si dejabas de trabajar te convertías en un parásito, en un estorbo, en un inútil que ya no servía para nada. Cuántas veces habré escuchado: «Fulano se ha jubilado, qué pena. ¿Qué va a hacer ahora el pobrecico?». «Pues nada, ya sabes, en cuatro días al hoyo».

De niño, asociaba la palabra jubilado con un anciano sentado al sol en el banco de un parque, apoyado en su bastón y observando pasar las horas con lentitud. Nada más lejos de la realidad. Y menos aún hoy día, en que la mayoría de las personas que tienen la posibilidad de jubilarse, con más o menos edad, lo hacen sin dudarlo. Lo entiendo.

García Márquez decía que la gente no deja de perseguir sus sueños porque envejece, sino que envejece porque deja de perseguir sus sueños. Y ahí, radica, para mí, la esencia de la jubilación: llegar a ella con suficiente energía e interés para seguir persiguiendo nuestros sueños y no pasarnos la mayor parte del tiempo acampados en la sala de espera de un centro de salud.

Todavía un sector de la sociedad sigue pensando que el jubilado ya no sirve para mucho, bueno sí, para llevar a los nietos al colegio o hacer la compra en el supermercado. Además, como se le supone ocioso, le llueven los encargos, «ya que tienes tiempo… tú que puedes…». Error mayúsculo.

Ahora, el tiempo es nuestro. Ahora, la sabiduría y experiencia de vida adquiridas nos permiten saborear cada instante de una forma muy especial. Ahora, como dice Einstein, «vivo en esa soledad que es dolorosa en la juventud, pero deliciosa en los años de madurez».

Sin embargo, hace unos días, una amiga me comentaba lo mal organizada que estaba la vida: «Cuando somos jóvenes, no podemos aprovechar el conocimiento y la responsabilidad conseguidos durante nuestra existencia y después, de mayores, la salud nos impide disfrutarlos». De inmediato, recordé las imágenes de Brad Pitt en la película El curioso caso de Benjamin Button. Hice entonces un enorme ejercicio de imaginación, y aunque me costó horrores visualizarme en el cuerpo de un niño de cinco años con mi alopecia y mi barriga cervecera y, por ende, a mi edad, con la mentalidad y el físico de un chaval de veinte; el razonamiento de mi amiga me hizo reflexionar y hasta dudar.

«Cuanta más arena haya escapado del reloj de nuestra vida, más claramente deberíamos poder ver a través de su cristal», decía Jean-Paul Sartre, pero mi cristal debe estar empañado porque no lo veo nada claro. ¿Llevará razón mi amiga y estará la vida al revés?

Suscríbete para seguir leyendo