Esto es un belga, un español y un portugués en un bar y entra un marroquí, y el chiste se cuenta solo. Lo digo por el Mundial de Qatar a punto de terminar, del que juré que no diría ninguna palabra y aquí me tienen, que ese chiste también se cuenta solo. No les voy a poner en antecedentes de lo que ha sucedido porque seguramente están más que informados, pero lo que sí tengo que recordarles es lo que, a raíz de las imágenes de los disturbios en Bélgica parecía que en España se iba a sumir en una ola de disturbios e imágenes terribles, señalando incluso puntos calientes, como Lorca.
Lo que era una disimulada previsión de catástrofe, casi un escondido deseo de que sucediera, se convirtió en una de esas cuartetas tan indescifrables de Nostradamus que un gili y tal digital español dijo que «aficionados marroquíes bombardean con cohetes una calle de Sevilla», que es una manera tan absolutamente sicalíptica de describir lo que hacen los aficionados de cualquier equipo cuando su escuadra gana un partido importante, ya saben, con cohetes que hacen pum y hacen pam y asustan a los perros, como de arrimar el ascua a la sardina del tremendismo, como si estuviéramos no ya en el 1936 sino en el 711 de Táriq ibn Ziyad. Tan cogido de dos pelos fue el titular que tuvieron que corregirlo por «una lluvia de cohetes genera una estampida de aficionados marroquíes en Sevilla», que tampoco lo mejora, pero bueno, nos lleva al Far West con los bisontes en Bailando con moros.
Tal fue el civismo mostrado por nuestros conciudadanos marroquíes que, efectivamente, quedaba poco que rascar en las posibles amenazas con las que nos habían amenizado no solo los medios de comunicación, sino nuestros amigos, vecinos, a través de Whatsapp, y también concejales de ese partido verde como el trigo verde, que no podían faltar a esta fiesta. Lo de la denuncia de la iluminación del edificio de Aguas de Murcia fue, a la misma vez, sonrojante, por su ridiculez, e ilustrador, porque muestra la inteligencia media de los que se supone que son más listos en ese partido.
Tampoco podemos dormirnos en los laureles. Lo de Bélgica sucedió, también lo de un chaval marroquí de catorce años atropellado en Francia en el marco de esas celebraciones por la victoria francesa y ni lo uno ni lo otro deberían pasar aquí. Por eso estaría bien conocer que se puede hacer mejor en integración, en igualdad, en educación, en diversidad para que quien, celebrando sus raíces, salga a disfrutar del triunfo de la selección donde nacieron sus padres sin necesidad de castigar el país que los acoge, pero eso solo sucederá cuando al siguiente día se despierte a continuar con su vida sin mayores querellas con el país que las que tenemos el resto de los ciudadanos. También cabría hacerle la pregunta a ese joven orgulloso marroquí de porqué están aquí y no allí, las razones materiales de la emigración.
Houellebecq, el tremendista francés que tanto le gusta a mi queridísimo Pepe Pérez-Muelas, no tuvo razón esta vez, como el mismo Pepe constata. Lo que no tiene que tener es razón nunca, y en eso tendríamos que estar.