Limón&Vinagre

Gerardo Iglesias: el hombre con causas

Emma Riverola

El foco informativo ha vuelto a detenerse en su rostro. Semblante rígido, habla fatigosa, energía en la intención, pero apenas ánimo en un cuerpo vencido, en silla de ruedas, atenazado por décadas de intensos dolores y un diagnóstico reciente de párkinson. «En defensa de mi salud y mi integridad, pero también en solidaridad con las muchas personas que padecen un trato de marginación por la sanidad».

En situación de «completo abandono médico», así se declara Gerardo Iglesias (Mieres, 1945). El minero que sufrió una caída en un pozo y que, desde 1990, encadena un calvario de malas praxis médicas. El referente comunista y diputado del Congreso que abandonó la política para volver al tajo. El joven que, a los 18 años, fue arrestado por la Guardia Civil. «Prefiero que te traigan muerto antes de que delates a un compañero», le dijo su padre. El niño que creció escuchando historias de represión.

La vida de Iglesias pide a gritos un biógrafo o una serie de televisión. En el primer capítulo estalla el verde de los valles de las cuencas mineras de Asturias y la oscuridad del miedo y el hambre. Un niño que atiende las historias familiares de persecución franquista. El crío que avisa a los maquis de la llegada de la Guardia Civil, que ve a su madre llevar vino a los uniformados para distraerlos, el hijo que se pone a trabajar de albañil a los 12 años, cuando su padre es encarcelado.

El siguiente episodio no deja de ser una continuidad: el peso de la herencia. A los 15 años, Iglesias ya milita en el PCE y trabaja en la mina. Años de caminatas por el monte de diez kilómetros de ida y otros tanto de vuelta para ir al tajo, jornadas extenuantes, huelgas y la primera detención, con 16 años. Cuatro días de palizas continuas. La cárcel le llega a los 22. Casi cinco años de condena. Ahí, de la mano de otros presos, consigue la formación que la necesidad le había escamoteado.

Y la historia cambia de escenario. De hecho, es España la que cambia. Se entierra el blanco y negro de la dictadura y llega la Transición. Nuestro protagonista escala en las organizaciones. Y ya es secretario general de CCOO en 1978 y del PCE en 1982. El guion se afina en este episodio. La política se alambica, los personalismos se acentúan y el comunismo pasa de ser la fuerza arrolladora que aglutina a todos los opositores del régimen a la guardia desconcertada de un fortín cada vez más deshabitado. Manuel Vázquez Montalbán escribe: «Gerardo Iglesias ha hecho lo imposible para no seguir la dialéctica del ángel expulsador, santo patrón de la peor cultura comunista. Pero es falso que cuando uno no quiere dos no se pelean. (…). Carroñeros internos y externos presienten el festín». El festín llegó.

En 1986, Iglesias participó en la creación de Izquierda Unida y fue elegido su coordinador general. Con esas siglas acudió a las elecciones generales, donde recibió palos de su excamarada Santiago Carrillo y acusaciones de ir ‘cargado’ a los mítines por parte de Alfonso Guerra. «Nunca» he cogido una borrachera, no se cansa aún hoy de repetir. Fue uno de los siete diputados de IU en el Congreso. Dos años más tarde, Izquierda Unida quedó en manos de Julio Anguita. Iglesias no compartía su visión del proyecto, renunció a todos sus cargos y volvió al tajo.

Regresó a Asturias con una mano delante y otra detrás. La mina fue la única salida decente que supo encontrar. Después de 14 años sin hacer trabajo físico, la dureza se convirtió en sentencia cuando cayó desde unos quince metros de altura y unos puntales amortiguaron el golpe. Le operaron en el sanatorio de la empresa, en malas condiciones. Se cronificó una infección. Suma cinco operaciones, dolor crónico y retrasos inadmisibles en nuevas intervenciones. Ya sabemos, la crueldad de las listas de espera.

Durante estos largos años, Iglesias no ha permanecido callado. Ha escrito dos libros que han rescatado del olvido a resistentes que se enfrentaron a la dictadura. Ha acudido a los tribunales (ahora en el TEDH) por las detenciones y torturas sufridas, y ha conseguido abrir una puerta para que, en una posible renovación del Constitucional, se pueda dar respuesta a las víctimas de la represión franquista (sin consecuencias penales).

Ahora, ha hecho de la dignificación de la sanidad pública su nueva batalla. Como escribió Vázquez Montalbán: «De vez en cuando Gerardo Iglesias vuelve a la Historia». Vuelve y denuncia, aunque sea con un hilo de voz.

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