De cine

The Swimmers, elogios bajo el agua

Fotograma de ‘The Swimmers’, que puede verse en Netflix.

Fotograma de ‘The Swimmers’, que puede verse en Netflix.

Leí en una publicidad de Netflix que The Swimmers (2022) había recibido una ovación de cuatro minutos en Toronto. Nunca he asistido a ningún festival y desconozco si estos dilatados aplausos son habituales o si, por el contrario, impera el silencio tras el visionado de las películas como sucedía en la inmensa mayoría de las salas comerciales. No obstante, el mundo del cine ha vivido muchas aclamaciones históricas. A mí me gusta recordar los elogios dirigidos a Charles Chaplin la noche en la que le entregaron el Oscar honorífico. La cúpula mayor de Hollywood se deshizo durante casi un cuarto de hora. Claro que en aquella ocasión se le rendía homenaje a uno de los mayores genios que ha dado la cultura del siglo XX y cualquier comparativa no sería del todo justa. No es esta mi intención ni mucho menos. Yo solo trato de situar en el horizonte una referencia para comprender lo que nos emocionaba antes y lo que nos emociona ahora.

Es cierto que The Swimmers lo tiene todo para llegar al alma del espectador. Dos hermanas sirias que salen huyendo de su país en busca de una oportunidad mejor en Europa con un final olímpico es siempre una historia sentimentalmente prometedora. Pero en este tipo de dramas, la línea que divide la lágrima del esperpento suele ser muy estrecha, y de ahí mi gran desconfianza ya desde los títulos de créditos.

Sin embargo, y pese a mis prejuicios iniciales, la película me sorprende con un arranque más que decente. Impresiona asistir al día a día de esa familia mientras la guerra avanza por Damasco y el sonido de las bombas se entromete en cualquier acto rutinario. A todos aquellos que asistimos a la destrucción de Siria desde el televisor de casa nos cuesta creer que sigan latiendo en sus calles relaciones humanas como si aquello fuese un país civilizado.

Lejos de Siria, The Swimmers aun consigue aguantar el pulso narrativo en los primeros compases de la escapada a Europa de las hermanas Mardini. Existe una cierta tensión en cada uno de los inconvenientes a los que se enfrentan que alcanza su apogeo en el momento en el que deben cruzar el Mediterráneo en una lancha motora. Se trata de esa muerte segura con la que a menudo abrían los telediarios antes de que olvidásemos aquella guerra por completo. Incluso los visibles trucajes cando cae la noche en mar abierto no impiden seguir la hazaña con una mínima emoción.

Llegados a tierra firme, y a hora y cuarto del final, la película cae estrepitosamente. Todo se vuelve predecible y aburrido en esa suerte de viaje a ninguna parte. Sally El Hosaini, su directora, no es capaz de generar la mínima expectación en ninguno de las encrucijadas planteadas y es difícil seguirla con interés. The Swimmers se convierte, de esta manera, en un telefilm en el sentido más patético de la palabra. Seguramente el remate definitivo sucede durante la Olimpiada de Río de Janeiro, y esa forma tan pretenciosa de mostrarnos el desenlace como si estuviésemos delante de un cuento de príncipes y princesas.

Tras el visionado de la película cabe preguntarse por lo que se aplaudió en el Festival de Toronto. Si la ovación iba dirigida a la calidad artística de The Swimmers estaríamos, definitivamente, ante la pérdida total del juicio cinematográfico. Si, por el contrario, esas palmas las provocó el drama personal de las hermanas Mardini no hay nada criticable en aquel gesto. Es, de hecho, una respuesta muy humana por parte del público a la que yo mismo me podría haber sumado. En este caso la cuestión recae sobre los límites comerciales de Netflix. Utilizar un aplauso misericordioso para la promoción de uno de sus productos demuestra la altura moral de la plataforma y, por consiguiente, la grave crisis que atraviesan sus producciones. Independientemente del origen de los elogios, la realidad del cine actual es, una vez más, desoladora.

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