Carta de un expresidente

Joaquín Leguina

La expulsión de Leguina del PSOE es el vivo ejemplo de la ausencia de valores en algunos partidos políticos españoles. Nos es tiempo para librepensadores

Joaquín Leguina.

Joaquín Leguina.

Alberto Garre

Alberto Garre

Cuando nos adentramos en el expediente de expulsión del PSOE de Joaquin Leguina advertimos de inmediato que para los ‘sanchistas’, no para todos los socialistas, el Gobierno y el partido son antes que España y los españoles.

Leguina ha sido aceptado por la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, de izquierdas, de centro y de derechas, como uno de los pocos espíritus libres de la actual democracia española, pero tambien admitido como un incomprendido dentro del sanchismo que dirige el partido y malgobierna la nación.

La expulsión de Leguina del PSOE es el vivo ejemplo de la ausencia de valores en algunos partidos políticos españoles. No es tiempo de librepensadores. La férrea disciplina ejercida por los poderes orgánicos de los partidos, la obediencia, pero sobre todo la dependencia, impiden a los afiliados y cargos públicos de los partidos manifestar la más mínima crítica, aún constructiva. No hay margen para que, como señala el artículo 6 de nuestra Constitución, funcionen democráticamente.

También el PP cayó en ese error cuando, recientemente, desde la cúpula del partido, y allegados, fue asediada la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, despropósito democrático y cainita que las bases del partido advirtieron y abortaron con decisión ejemplar.

En mi opinión, que puede o no coincidir con la de mis lectores, a don Joaquín Leguina lo expulsan no por estar en sintonía con una abrumadora mayoría de españoles que critican el derrotero del presidente Sánchez, no por advertirle al Gobierno de su deriva radical, si no por decirlo públicamente, por hacer uso del artículo 20 de nuestra Constitucion, por opinar libremente. ¡ Hasta ahí podíamos llegar! Y hemos llegado.

A Leguina lo expulsan del sanchismo por criticar a un presidente cautivo de separatistas catalanes y prohetarras de Bildu, por encamarse en el Gobierno con individuos como Pablo Iglesias e Irene Montero, todos ellos muy distantes de lo que la mayoría de militantes y simpatizantes del PSOE entienden por una socialdemocracia que tantos triunfos electorales cosechó con Felipe González.

Llama la atención que Margarita Robles, ministra de Defensa, manifieste que a Leguina le ha faltado elegancia para irse del PSOE, añadiendo que al pertenecer a un partido hay que tener un mínimo de lealtad, y de lo contrario irse.

¿Lealtad a quién? A quienes detestan a España y a los españoles. ¿A Rufián, portavoz de ERC? ¿A Mertxe Akzpurua, portavoz de Bildu? ¿Lealtad a los nueve condenados por el TS como autores del delito de sedición del artículo 544 del Código Penal, Oriol Junqueras, Jordi Turrull, Raul Romeva, Joaquin Forn, Dolors Bassa, Jorge Rull, Carmen Forcadell, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart? ¿Lealtad a estos delincuentes para los que el sanchismo prepara la definitiva derogación del tipo penal que les llevó a prision y cuya modificación los dejará en libertad para volver a intentar nuevamente, como ya han anunciado, la secesión de Cataluña?

¿Qué entiende Margarita Robles por lealtad? La lealtad no solo lo es a las personas, también a los compromisos adquiridos y, sobre todo, a los principios morales que deben regir las relaciones humanas, en tanto que en la disciplina impera la disposición para obedecer las órdenes del superior.

Evidentemente, Leguina no actuó como la ministra, no fue un ejemplar militar que conforme le ordenó su superior, Pedro Sánchez, se prestó a criticar a Joaquín, pero sí un buen militante socialista, comprometido con las ideas y, sobre todo, con la la libertad de expresión para no caer en la máxima partidista que yo mismo tuve que escuchar de algún adicto al cobra, calla y vota, siendo militante del PP: «A los tuyos, con razón y sin ella».

Yo me fui, a Joaquín Leguina le intentan echar, pero intuyo que, como yo, no se dejará cortar la lengua, como hicieron con Cicerón. ¿Por qué? Por dos razones: 1. Porque ni mi renuncia ni su expulsión de militancia pueden quitarnos las ideas ni la libertad de expresión, y 2. Porque no tenemos problemas de estómago.

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