Todo por escrito

Bifurcaciones en el camino

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

Imagine que el lunes llega a su trabajo, enciende el ordenador, abre su email y encuentra un correo con el siguiente asunto: «Una bifurcación en el camino». Lo abre y descubre que se trata de la primera comunicación de su nuevo jefe, quien le explica en un tono amenazante e intimidatorio las reglas que, a partir de ahora, guiarán la cultura corporativa de su empresa. 

Usted todavía no conoce personalmente al nuevo superior, pero ha oído hablar de él. Es autoritario, faltón, soberbio, engreído y paranoico. Alardea de someter a sus empleados a un régimen propio de las fábricas de la Inglaterra victoriana: les exige dormir en el suelo de la oficina cuando la carga de trabajo es extenuante e impone turnos de 12 horas 6 días a la semana. 

El email es un claro ultimátum. Su nuevo jefe le advierte de que será «especialmente duro» con usted. Esto significará «trabajar muchas más horas a gran intensidad» por el mismo dinero. De hecho, le advierte de que «solo un rendimiento excepcional constituirá un aprobado».

Aceptar las nuevas reglas implica someterse al control físico del nuevo jefe, firme defensor de la presencialidad y el hostigamiento, así como acatar cualquier tipo de orden sin cuestionársela (el nuevo superior se jacta de humillar públicamente a aquellos que disienten).

Al final del correo hay un formulario de aceptación o renuncia que debe responder antes de las 17.00 horas. Si usted no acepta las condiciones, será despedido de manera fulminante, aunque recibirá tres meses de indemnización. Y bien, ¿qué haría?

Somos muchos los trabajadores que, en algún momento de nuestra vida, nos hemos encontrado ante esta ‘bifurcación en el camino’: someternos voluntariamente a la explotación laboral y aguantar a un jefe/jefa abominable o irnos a la puta calle. En este caso, el autor del email es el flamante nuevo CEO de Twitter, el multimillonario Elon Musk, y los receptores del mismo los empleados de la compañía, según desvelaba The Washington Post.

El abuso y el matonismo laboral representan en nuestra sociedad el epítome de la ‘profesionalidad’, esa gran mentira inventada por los CEOs y jefecillos del mundo para explotar a sus empleados y que estos aguanten los latigazos con una sonrisa en la cara.

El jefe ‘profesional’, el que gana premios y mucho dinero (no hay una cosa sin la otra) impone su autoridad a base de intimidación y amenazas, utiliza el miedo como mecanismo de control, tacañea a sus empleados las horas extra y, una vez que los ha dejado secos, los sustituye por sangre fresca recién licenciada.

En Twitter, tras el email de Musk, se ha replicado el fenómeno conocido como ‘la gran renuncia’, un punto de inflexión en nuestro feroz mercado laboral, que emergió con la pandemia, y que ha llevado a millones de trabajadores de todo el mundo a dimitir de empleos abusivos y sin perspectivas. La mayoría son personas con un alto rendimiento que han decidido priorizar su autoestima, valorar su talento y dar el salto hacia mejores horizontes laborales.

Pero volvamos al email del principio. Imagine que su compañero de trabajo, el parásito que siempre se escaquea y llega tarde, el incompetente que se apropia de las ideas ajenas y lo mira con envidia, también lo ha recibido. «Este nuevo jefe es de los míos, un tío que se viste por los pies —le dice—. Va a saco, el muy cabrón, pero con hacerle la pelota y darle la razón en todo, lo tengo ganado». La reacción de Elon Musk ante la estampida de empleados clave de Twitter no se ha hecho esperar: «Los mejores se quedan, así que no estoy súper preocupado». Mis felicitaciones al líder. 

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