Observatorio

1923/2023: La magia de las fechas

José Luis Villacañas

Los que defienden causas injustas tienen necesidad de seguridades adicionales de éxito. Una de las más usadas es la invocación de la magia de los números. Las coincidencias numéricas son índices de una significatividad. Sus elementos periódicos, rítmicos o recurrentes parecen asegurar la repetición. Cuando se quieren invocar renacimientos o resurrecciones, las coincidencias numéricas marcan los tiempos apropiados para el regreso de los hechos pasados. Este es el sentido festivo de los jubileos, con sus repeticiones rituales. Su secularización prepara el Kairós para las acciones humanas. 

A pocos días de 2023, y justo cuando se cumplen los 100 años de que Hitler diera su golpe de Estado en la cervecería Bürgerbräukeller, un grupo de fanáticos cuya red podía conectar a varios miles de personas, ha sido detenido en Alemania por preparar, ellos también, un golpe de Estado que debía paralizar el Reichtag, neutralizar el Gobierno, declarar ilegítimo el orden constitucional y reponer al Reich. En ese golpe, cómo no, estaba implicado un descendiente de las dinastías históricas, algunos elementos radicales de Alternativa por Alemania, unos militares en la reserva y otros profesionales. Que no pagaran impuestos denota la influencia del libertarianismo americano. Está comprobada su conexión con QAnon. Han sido detenidos porque acumulaban armas y preparaban una rebelión violenta y una declaración de independencia del Estado alemán.

Todo tiene un aspecto grotesco, pero no convendría considerarlo insignificante. Cuando Hitler rompía su jarra de cerveza en aquella cervecería mientras escuchaba el discurso de Gustav von Kahr, exhibía sus dos cruces de hierro y esgrimía su pistola, al tiempo que proclamaba la revolución nacional, tampoco parecía algo diferente de lo que era, un pobre diablo resentido y violento. Sin embargo, el error de Weimar fue dejarse llevar por esas apariencias. Nuestras democracias, las que han visto el asalto al Congreso de los Estados Unidos, o los discursos de los amigos de Bolsonaro, o ahora este último suceso en Alemania, harían mal en valorar y medir este fenómeno por la superficie. 

La serie alemana Babylon-Berlin también se ha dejado llevar por la magia de las fechas y ha mostrado la compleja red de complicidades que fueron desmoronando poco a poco la República de Weimar, en un ambiente depravado y aturdido que a duras penas resistía el doble asalto de la miseria y las mafias. Aunque la serie es desigual, deja claro la existencia de un ‘Estado profundo’ que poco a poco ocupó el poder legítimo. Las teorías conspiratorias de la ‘alt right’, con todos sus desvaríos, reeditan bajo forma imaginaria su talento para las conspiraciones reales del pasado. La trama de jueces ideologizados, médicos aventureros, militares revanchistas, aristócratas paranoides, especuladores oportunistas, policías corruptos, políticos incapaces y criminales profesionales hizo irrespirable la vida democrática. Ante hechos que estaban a la vista de todos, la ciudadanía dejó de creer que aquella democracia tuviera futuro.

En realidad, eso es lo que sucedió con el caso del golpe de Hitler. El juez Neithardt aplicó la pena mínima a quien al menos había producido la muerte de cuatro policías y había intentado hacerse con el Gobierno de Baviera, como punto de partida de su acceso al poder en Berlín. La opinión pública democrática quedó escandalizada de esa sentencia, desde luego, pero el juez se defendió con la excusa de que se trataba a fin de cuentas de un movimiento patriótico. Por supuesto, y más allá de los cabecillas nazis, entre bambalinas y tirando de los hilos, siempre estaba el general Erich Ludendorf, el lugarteniente del mariscal de campo Hindenburg, el héroe del frente oriental y futuro presidente del Reich. Esos aprendices de brujo no faltan jamás y son los verdaderamente peligrosos. No hay rebelión sin que ellos estén en la sombra.  

Hitler comprendió los signos. Entendió que nadie en la República asumía los riesgos de oponerse a su trayectoria con decisión y firmeza, y aprovechó el año que estuvo en prisión para desplegar su siniestro programa en el libro Mein Kampf. Todo en él parece fruto de una mente psicótica, pero se olvidó hasta qué punto los psicóticos se toman al pie de la letra sus propios delirios. Con la convicción de que en la democracia no había coraje para pararle los pies, se dispuso a arrastrar a capas cada vez más amplias de la población hacia una complicidad criminal que, cuanta más gente enrolaba en su siniestro ejército, menos resistencia encontraba en el resto de la población. Eso lo llenó de fe en su triunfo, mientras los demás la perdían en las instituciones. 

En 1923 nadie podía asumir que habría un 1933. Sin embargo, no se cortó a tiempo el mal y lo hubo. Harían mal las autoridades europeas si creyeran que estos criminales de 2022 serán los últimos o los únicos. Si la democracia no se defiende con todas sus armas, no se puede excluir que haya un 2033. Ellos no van a cejar en erosionar nuestra democracia en todo lo que puedan. Lo que enseña la República de Weimar es que la democracia está perdida cuando se impone la convicción colectiva de que no se defenderá con todo su arsenal disponible. Esto es algo que debería ser motivo de reflexión para todo legislador democrático. Son las fuerzas de la alt right internacional las que no han renunciado, como se ha visto, a la violenta rebelión y a la alta traición. Ahí está el peligro. El Estado debe protegerse legalmente frente a estas actuaciones y distinguirlas nítidamente de las actuaciones públicas que reclaman y ejercen derechos democráticos. 

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