Mamá está que se sale

Mis mundiales de fútbol

Elena Pajares

Elena Pajares

Tiene gracia que las únicas veces que España ha quedado campeona, yo no haya seguido los partidos de la selección. En la Eurocopa 2008, estaba inmersa en la crianza y sólo podía saber cómo iba el partido a través de los berridos ajenos. Pero en realidad no era por la crianza. Una serie indefinida de decepciones en las últimas competiciones hacían que no tuviera confianza alguna en el éxito de nuestra selección. Y eso que, en mi casa, los partidos se vivían al estilo de banderas y vítores. Esa decepción permanente, unido a la imposibilidad material de atender a la tele en mi nueva condición de madre, me hacían preguntarme para qué iba a perder el tiempo en ver cómo la selección se estrellaba de nuevo en octavos, o en cuartos en el mejor caso.

En el 2010, me pasó más o menos igual, aunque esa vez sí estuve más pendiente, y de hecho el partido de la final, o al menos el Iniestazo, creo que sí lo vi. Pero igual que cuando supe que habían ganado la Eurocopa, todo aquel mundial estuve con sensación de escepticismo total, como el que cree que le están gastando una broma.

¿Cómo va a ir ganando España? ¿cómo no le han anulado un gol en el último minuto, o le han pitado al contrario una falta a favor de España, o han señalado un penalty que de verdad se había cometido sobre un jugador español?

En parte por esas fatalidades que sufrimos con la selección de fútbol, que son el cuento de nunca acabar, cuando España jugó el mundial de Sudáfrica, me sorprendía enterarme de que había pasado cada fase. Y es que, con la selección española, en fútbol, estamos acostumbrados a sufrir. No me digas que no somos víctimas de los arbitrajes pésimos, por un lado, y de las crueldades del destino más grandes por otro. Independientemente de Luis Enrique o de la selección actual. A ver si ahora va a resultar que el árbitro del otro día no era para ponerle unas gafas, aunque es verdad que el desastre, esta vez, no fue culpa suya.

Es curioso, siendo la liga española una de las mejores, eso no se traduce en éxitos de la selección. Una pena.

La víspera de nuestro batacazo marroquí escuché una tertulia en la que varios periodistas deportivos recordaban cuál fue su mejor Mundial. Aunque todos recordaban, lógicamente, el de Sudáfrica, alguno nombró el codazo de Tassotti a Luis Enrique, o aquel golazo de Michel a Brasil que fue inexplicablemente anulado, después de dar contra el larguero y entrar medio metro en la portería. En aquellos tiempos sí que habríamos agradecido el VAR. Partidazos inolvidables que no nos sirvieron para ganar. También escuché otro día a Kiko contando cómo fue aquella vez en el Mundial de Francia, en que no pasamos de la primera ronda, a pesar de que en el último partido sí se espabilaron y ganaron a Bulgaria por 6-1, pero ya no servía para nada, y nos fuimos a casa, tras una competición pésima, a pesar de que íbamos a ser campeonísimos como siempre.

El otro día, salvo el paréntesis de aquella Eurocopa y aquel Mundial, que cada vez parecen un recuerdo glorioso más que una posibilidad, se volvió a repetir la triste tradición española. Lo único que cambia es la apariencia de los jugadores. De pequeña me parecían hombretones; los del otro día me parecían niñatos. No sólo por la edad, pobreticos, sino por la pura presencia que tenían cada uno de niños vestidos de bonito.

Cuando empezamos aquella racha épica en la que terminamos campeones de Europa y del mundo, conseguimos derribar, entre otros, el muro de Francia. Fue un hito histórico. No vi el partido, ya te digo, pero sí me llegaron los memes. En uno inolvidable, comparaban una tortilla francesa plana e insulsa, con una española de patatas, grande y compacta. Y una frase: nosotros echamos más huevos. Justo lo que les ha faltado a estos niños.

A ver si la próxima selección cuaja más.

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