Verderías

Feliz puente

Herminio Picazo

Herminio Picazo

Estoy convencido de que hoy, viernes, quien pueda o haya podido, estará disfrutando de un puentazo laboral de esos que dan mucho gusto.

En días como éste entendemos lo que hay que entender cabalmente por ocio: se caiga el mundo, explote el universo, vuélvanse del revés los países y las ideologías, eche chispas el teléfono, sobrevengan terremotos o expulse la tierra flamígeras fumarolas, que a mí este puente me coge lejos, o cerca, con la familia o los amigos, con el último y más deseado libro entre las manos, con paseos por la playa otoñal o alternativamente con recorridos por el monte, con su correspondiente arroz con conejo aderezado de romero y amistades, o el viaje por el interior de uno mismo que es el cine, o hacia el exterior, por aeropuertos, carreteras y caminos que siempre parecen conducir donde justo quieres estar.

Es, simplemente, el ocio. Quizás el mayor activo personal e intransferible que algunos se empeñan en malgastar ocupándolo en colas y más colas ante los accesos o las cajas de las grandes superficies comerciales, abiertas en días inconvenientes para darnos la gran oportunidad de continuar, también en vacaciones, con la misma opresiva dinámica del día a día.

Todo un descubrimiento de la sociedad de consumo que no sabe ya que hacer para que nos gastemos de un golpe en fin de semana el dinero ganado durante la semana, para luego tener que seguir trabajando la semana a la espera del siguiente momento en que nos gastemos de golpe el dinero que luego tendremos que volver a ganar en la semana para así construir un ciclo infinito de que solo se sale diciendo basta.

El ocio es cátedra de vida. Porque la personalidad no se construye sólo a base de enseñanza o trabajo, sino sobre todo a pelotazos de tiempo libre. Los minutos pasados con el objetivo de no hacer nada productivamente importante son a menudo los momentos más formativos, los que te permiten el contacto contigo y con los otros, y los que te van ampliando los horizontes de vida y aún los culturales. Uno podría dejar de ir a la universidad y hacerse experto en todo, ciudadano maduro, perito en lunas, catedrático en amores, a condición de que su ocio sea responsable y creativo.

Y uno puede embrutecerse, tirar su vida por la ventana, aculturizarse, por muy formado que se crea, si dedica sus momentos más libres a lo que no le produzca verdadera plenitud en su mente y, por supuesto, en sus carnes, convencido de que la felicidad no se desea, sino que se conquista o te la regalan.

Las fiestas y los puentes son calificados a veces por analistas económicos como un ataque a la productividad. Y yo les digo que se equivocan. Lo que te hace feliz te vuelve más sabio, más útil y más trabajador cuando después te toca.

En cualquier caso, que le den a los analistas económicos. Faltaba más.

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