ESPACIO ABIERTO

Perras, putas, culos, tetas… letras

La operación reaccionaria ha salido redonda, bajo el mantra del empoderamiento y la libertad, la reacción misógina pasa casi inadvertida y se enmascara de libre albedrío, de una decisión a la que nadie puede oponerse so pena de ser calificado de inquisidor

La Zowi.

La Zowi. / L.O.

Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Cultura

En septiembre pasado, el diario El País publicó un artículo titulado Las mujeres cantan sin tapujos al sexo, en el que mostraba algunas posturas a favor, y algunas en contra, de la moda que han promulgado cantantes de reguetón como Bad Gyald, La Zowi, Tokischa o Ms Nina, seguidas por miles de fans, de componer canciones cuyas letras son explícitamente sexuales, donde la palabra puta es recurrente y las alusiones claras al coito y la felación, también. La mayoría de los entrevistados, incluidas las propias artistas, hablaban de un acto de empoderamiento, una reivindicación de la sexualidad y del deseo femenino, una reafirmación del amor propio, un consentimiento afirmativo y una libertad sexual inédita hasta ahora. Y aplaudían el hecho. Rosa Cobo, por el contrario, daba voz a las objeciones feministas cuando señala: «Son letras e imágenes que fortalecen la sexualización extrema de las mujeres […] hablar de sexo en la escena urbana está de moda, vende».

Se trata de dos posiciones antagónicas que se repiten cada vez que este tema salta a la palestra, como lo hizo polarizando las redes a propósito de la canción de Chanel en Eurovisión.

Pero veamos de qué sexo se habla aquí. Las imágenes que se repiten en los vídeos promocionales de estas canciones muestran a mujeres jóvenes y bellas bailando con movimientos explícitamente provocativos que remiten a una oferta o a una demanda sexual basada en la satisfacción del hombre; ej: «Papi, qué te gusta, tú sabes que lo hago», una banalización y normalización de la prostitución, como sucede con la letra de Nada, de La Zowi; o la fragmentación del cuerpo de la mujer, que aparece sobre todo como un culo enorme, pechos y boca expuestos de forma fragmentaria para excitar.

Se trata, pues de una sexualidad que copia el modelo pornográfico, orientada a menudo a competir con otras mujeres para conseguir la atención del varón que se disputan, colocado en el centro de la escena.

¿Podemos llamar a esto empoderamiento? Las luchas feministas de las últimas décadas han provocado una violenta reacción misógina dirigida a reducir el poder que las mujeres han alcanzado en la vida pública y privada. La manosfera, comunidades masculinas online, que incluyen subculturas como los incels (célibes involuntarios), los MGTOW (en español, Hombres que siguen su propio camino), Los activistas por los derechos de los hombres, o Gurús de la seducción, o la misoginia youtuber, reúnen a miles de hombres que culpan a las mujeres de su soltería, de su malestar, de la pérdida de la custodia de sus hijos o de sus viejos privilegios; o bien que enseñan a otros cómo seducirlas mediante engaño, o cómo obtener su consentimiento mediante arteras artimañas. Todas estas comunidades proclaman sus doctrinas antifeministas y misóginas en las redes a través del troleo de género: una forma de violencia digital organizada para frenar los avances del feminismo.

Siendo importante la influencia de estos espacios como transmisores de una ideología machista, ha sido, sin lugar a dudas, la progresiva e imparable pornificación de la sociedad, es decir, la sexualización extrema a la que estamos asistiendo desde hace décadas, la que más éxito está logrando para volver a colocar a las mujeres en un lugar subordinado y reducirlas a un cuerpo sexual, objeto de deseo.

Desde el feminismo y también desde quienes se ocupan de la infancia (psicólogos, pediatras, educadores y asociaciones de padres), la sexualización de las niñas en la publicidad ha sido objeto de denuncia constante. Disfraces procaces, bikinis con relleno para niñas de ocho años, anuncios donde las menores aparecen en actitudes sexuales de mujeres adultas, son modelos que las preparan para que, ya adolescentes, soliciten operaciones de estética que aumenten sus senos, su trasero o sus labios, que marquen sus pómulos o eleven sus ojos siguiendo el modelo de las influencers que más triunfan en las redes dando consejos de belleza o exhibiendo artículos de moda, o de las actrices porno.

Desde los años 90, las televisiones han exhibido el cuerpo sexualizado de la mujer como atrezzo. Las famosas velinas de Berlusconi fueron un ejemplo bochornoso. Sin embargo, la sistemática denuncia de este uso denigrante del cuerpo sexualizado de la mujer acabó por eliminar estas prácticas, que han desaparecido casi por completo de las televisiones públicas, pero que se han popularizado en las propuestas de las influencers y cantantes con una modalidad nueva: ya no se trata de mera decoración, sino que la función de mujer objeto se defiende como empoderamiento, las protagonistas afirman que lo hacen voluntariamente, que se expresan con voz propia.

Así, anuncian que se empoderan las chicas que se prostituyen en onlyfans, se empoderan las prostitutas de lujo y las de la calle, y las cantantes que exhiben su cuerpo y proclaman a los cuatro vientos su disponibilidad sexual y su ‘libertad’ para hacerlo, sin advertir todas ellas que solo son marionetas del patriarcado, se empoderan. Qué bien.

La operación reaccionaria ha salido redonda, bajo el mantra del empoderamiento y la libertad, la reacción misógina pasa casi inadvertida y se enmascara de libre albedrío, de una decisión a la que nadie puede oponerse so pena de ser calificado de inquisidor. Por que, ¿quién se atreve a censurar hoy, en un mundo que se enorgullece de haber tumbado todos y cada uno de los referentes? Solo las viejas feministas. De este modo, se acusa a las mismas mujeres que hicimos la revolución sexual de los setenta, que en España llegó con la transición, de puritanas y moralistas, por advertir que aquella fue una revolución sexual androcéntrica y genital, hecha a medida de los hombres, y que los hechos que aquí traemos no son sino un empoderamiento tramposo que no aleja a las mujeres del lugar ancestral que el patriarcado les otorga de cuerpos sexuales a disposición de los hombres, sino que las ancla en él con cadenas poderosas, encarnadas sutilmente en ellas como si fuera un libre ejercicio de su voluntad. Entonces, la bandera era también la de la libertad, que camuflaba como ahora el sometimiento.

No sé si ustedes se lo preguntan, pero nosotras sí, ¿por qué estas chicas empoderadas no le cantan a otra cosa? ¿por qué no hacen ostentación de su inteligencia y no de su culo? ¿por qué vende tanto mostrar este último y no su capacidad intelectual? Las niñas preparan bailes fin de curso y pequeñas actuaciones veraniegas, con el regocijo de la escuela y la familia, donde emulan abiertamente a las cantantes de reguetón, haciendo las delicias de los padres, que los difunden en las redes.

Se preparan para el futuro bajo el aplauso ignorante de quienes deberían protegerlas.

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