Cartagena D.F.

Fábrica de sueños

Andrés Torres

Mi hija jugaba en el patio con su amiga. Sí, lo hacía con una escoba e imitaba a su madre, pero también a su padre. Recogía las pequeñas hojas que caían de los árboles y las amontonaba con emoción, como suelen hacerlo sus progenitores. Lo hacía con entusiasmo, alegre, divertida y sin ningún tipo de presión por parte de nadie.

Sentados en el porche, la contemplábamos entretenidos. De repente, uno de los amigos que nos acompañaba dijo.

—Siempre están jugando a barrer el patio. Las estáis criando muy… No sé cómo decirlo, muy femeninas.

—Es que son niñas- le respondí.

Muchos, o tal vez tan solo algunos, querrán ver en mi respuesta una actitud machista, pero no fue más que una reacción ante lo que consideré un comentario ridículo.

No voy a enumerar aquí las tareas domésticas que hacemos mi mujer o yo en mi casa, pero sí diré que procuramos que sean compartidas en todo momento y nos encanta ver cómo nuestras pequeñas se pelean por imitar a su padre o a su madre para fregar los platos o preparar la comida, como si de un juego se tratara. Aunque debo confesar que cada vez menos, pero no porque se hayan rebelado contra una supuesta imposición fruto de una violencia patriarcal, sino porque les empieza a dar tanta pereza como a los adultos. Si en lugar de tener a dos princesas (las seguiré llamando princesas toda la vida) hubiera tenido a dos principitos, les aseguro que también hubieran tenido que barrer, fregar los platos o hacer cualquier otra tarea doméstica acorde a su edad y su capacidad, independientemente de su género.

Permitánme un inciso antes de seguir con el hilo. Me parece lamentable el manoseo verbal de muchos de nuestros representantes políticos con la palabra violencia, cuando la ponen delante de cualquier cosa sin pudor ninguno. Quiero pensar que no se percatan de que a los primeros que dañan al recurrir a ella de una manera tan frívola es, precisamente, a quienes viven en el infierno de sufrirla realmente. Fin del inciso.

No es ningún secreto que los que rondamos la cincuentena, esos que presumimos de ser la Generación EGB, nos criamos en hogares diferentes, no digo ni mejores ni peores, solo diferentes. En aquellas casas de los ochenta, la media de niños era muy superior a la de ahora y, en la mayoría de ellas, la madre no trabajaba fuera de casa y se encargaba del cuidado de los niños. En los hogares de hoy en día, abundan los hijos únicos, porque ni el bolsillo ni las responsabilidades nos permiten tener más, o eso nos decimos. Y en la mayoría de los casos, sigue siendo una mujer la que cuida de los pequeños, aunque menos veces suele ser su madre, sino una niñera o cuidadora contratada que, en muchos casos, incluso se encarga de recogerlos del colegio y hasta de darles de comer. Generalizar suele llevar al error, pero creo que no hemos cambiado de género en la responsabilidad de cuidar de nuestros hijos, solo hemos cambiado la forma de hacerlo. Me pregunto cuántas de las madres que están leyendo estas líneas contratarían a un chico para cuidar de sus pequeños. Seguro que algunas sí, pero basta con mirar alrededor de la puerta de los colegios para comprobar que cuando los padres no pueden ir a por su descendencia, los que se llevan la palma son los abuelos y, tras ellos, las cuidadoras, sí cuidadoras, acabado en as.

No se equivoquen, no dudo de que la incorporación generalizada de la mujer al mundo laboral sea un éxito social, pero tampoco seamos hipócritas, porque el cuidado de los hijos no es un problema de género, sino de quién puede hacerse cargo de ellos en esta nueva organización familiar y social que nos hemos creado. Y ya digo que ni mejor ni peor que la de los ochenta, solo diferente.

No me avergüenza admitir que, de niño y hasta puede que de no tan niño, he imitado alguna vez a esas muñecas de Famosa que se dirigían al portal con paso corto. Ni tampoco que he jugado a la comba o al elástico y también a los cromos. Hasta he cogido alguna muñeca y la he destrozado como hacen mis niñas trasteándole el pelo o la ropa. No me siento ni me he sentido más mujer ni más hombre por ello. Ni tampoco recuerdo a mis padres imponiéndome con qué ni con quién tenía que jugar. No me decían nada cuando jugaba a polis y cacos ni tampoco cuando nos entreteníamos con las cocinitas. Tuve la suerte de crecer con libertad para jugar a lo que me diera la gana, más allá de los muchos anuncios que no teníamos más remedio que ver en el único canal de televisión que había entonces. Porque La 2 (entonces UHF) era, sobre todo, para los mayores.

Vamos a dejar a los niños tranquilos, que escojan sus propios juguetes y sus propios gustos, en todos los sentidos. Sin cortapisas ni limitaciones, pero de verdad. Porque dudo mucho de que quieran crecer en una sociedad que se escuda en suposiciones y planteamientos ridículos para prohibirle a una empresa que emita un anuncio de una niña jugando con una muñeca o de un niño dándole una patada a un balón. ¿Es que nos estamos volviendo locos o qué?

Debe ser que no tenemos otras cosas por las que preocuparnos. Vamos a dejar que los niños y las niñas sean libres de verdad. Vamos a dejar que las fábricas de juguetes sigan siendo fábricas de sueños para los niños, no de pesadillas.

En cualquier caso, si no queremos liarnos en polémicas infructuosas, lo mejor para esta Navidad es regalar solidaridad, que eso no es ningún juego. Las alternativas son muchas y muy asequibles. Asido ha editado un entrañable calendario de 2023 con fotografías estupendas de escenas cotidianas y repleto de cariño que puedes conseguir por solo 5 euros. La AECC ofrece una agenda súper útil con una página por día a cambio de un donativo de 10 euros. Quince euros puedes aportar también a la causa de Autismo Somos Todos, que es a donde irá todo lo recaudado con el libro ‘Historias de Cartagena IV’, de mi amigo y compañero Juan Ignacio Ferrández. Ve preparando un quinto y un sexto. También puedes colaborar con mi asociación Retina Murcia y adquirir el libro ‘Emociones a la vista’ para ponerte en la piel de una persona con discapacidad visual por 10 euros. Asimismo, Esclerosis Múltiple Cartagena ha preparado unos ricos dulces navideños de la Estepa solidarios con los que puedes ayudarles por un donativo a partir de 10 euros. O puedes enfundarte la camiseta de Diabetes Cero, que puedes conseguir en Sodicar por 11 euros y presumir de que no naciste para rendirte, como reza su lema. No me digan que no les doy ideas.

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