La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Lo contrario a un fracaso

Deambulamos por toda la tienda durante un buen rato. Mi compañero de viaje hasta se probó dos camisas, pero no le convencían. Fue entonces cuando le propuse ir a Zara. «Gema», me dijo, «ya estamos en Zara». Había estado tan imbuida en mi propio pensamiento, lamiéndome las heridas por mis cuitas con el mandarín, que ni siquiera veía la realidad que tenía ante mis ojos.

Me pasa a menudo cuando mi diálogo interno se vuelve circular y se empeña en torturarme: «Qué desastre, mira que no saber eso, ¿se puede ser más tonta? doy pena, no lo voy a conseguir, soy un fracaso...».

—Soy un fracaso— dije en voz alta sin darme cuenta.

—¡Pero qué dices! —me respondió él. —No eres un fracaso. Tú eres, tú eres... ¡Lo contrario a un fracaso!

Aquella frase me sacó de golpe de mi particular pozo de autocompasión y me provocó un súbito ataque de risa. Porque mi compañero podría haber dicho «eres un éxito», pero eligió la expresión «lo contrario a un fracaso» y eso me pareció liberador y honesto. A veces nos empeñamos en triunfar y ser los mejores, cuando lo verdaderamente interesante es intentarlo, aunque seamos una auténtica calamidad.

Todos somos un poco ‘lo contrario a un fracaso’ cuando medimos nuestras fuerzas con algo que nos supera, cuando salimos del confort de lo conocido y aspiramos a alcanzar metas imposibles. En ese momento nos convertimos en protagonistas de una gesta con final incierto en la que nuestro ego sufre y las dudas comienzan a acecharnos.

Sin embargo, los héroes de la derrota, los que corremos una carrera que sabemos de antemano perdida, nunca nos rendimos. Porque ser ‘lo contrario a un fracaso’ implica asumir las propias limitaciones y, aun así, intentarlo con la alegría del que sabe que ‘lo importante es participar’. Porque, ¿acaso hay algo más aburrido que ser el mejor? ¿No salirnos de ese campo que dominamos con maestría y que, en realidad, no supone ningún reto, aunque complazca a nuestro ego?

El mundo está diseñado para que nos rindamos al sentir frustración, esa voz interior que nos recuerda nuestras carencias y nos dice que cejemos en nuestro empeño y volvamos a lo seguro. Cuando nos enfrentamos cara a cara con ella debemos hacer uso de una poderosa arma que todos tenemos a nuestra disposición: la indulgencia.

Tenemos la costumbre de premiarnos una vez que hemos alcanzado el éxito. Sin embargo, es precisamente cuando peor lo estamos haciendo, cuando debemos darnos ese merecido homenaje.

El arte de la indulgencia consiste en tratarnos bien y reconocer nuestro mérito, a pesar de los reveses y las decepciones. Se trata de dejarnos llevar cuando la realidad nos supera y no tomarnos tan en serio, porque como dijo Montaigne: «Incluso en el trono más elevado del mundo, solo estamos sentados en nuestro culo».

El otro día estuve leyendo sobre el inventor del karaoke, Daisuke Inoue, un japonés que no consiguió hacer fortuna de su creación (no le llegó el dinero para patentarlo), pero que se declara «feliz y orgulloso». No me extraña, ya que, gracias a su popular invento, todos podemos sentirnos estrellas de la canción y eso es, sin duda, una valiosa aportación a la humanidad.

Lo mejor del karaoke es que nadie espera que uno borde la canción, al contrario, cuando más desafinamos, más divertida resulta la actuación. ¿Quién se privaría de tal placer por el miedo a no estar a la altura? Aquellos que somos ‘lo contrario a un fracaso’ siempre estamos dispuestos a subirnos al escenario. Ese es nuestro éxito.

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