La Opinión de Murcia

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Mónica López Abellán

Café con Moka

Mónica López Abellán

No por casualidad

Se lamentaba Rick Blaine (o lo que es lo mismo, Humphrey Bogart) a Sam en la legendaria película en blanco y negro Casablanca, devastado y entre un trago y otro sentado en una mesa de su mítico local: «De todos los cafés del mundo, ella entra en el mío». Murmuraba así contra la casualidad, la ventura o la fatalidad, cuando es indudable de que ni él mismo cree en lo azaroso o fortuito de las peripecias y andanzas del hombre y, mucho menos, de su encuentro con Ilsa (o la cautivadora Ingrid Bergman).

El caso es que yo tampoco he creído nunca en las casualidades; más bien he podido experimentar que las cosas ocurren como consecuencia o resultado de muchos otros acontecimientos previos. Incluso aunque en algunas ocasiones no alcanzamos a imaginar cuán lejanas en el tiempo se sitúan las primeras reacciones que nos llevaron al lugar en el que estamos.

Tú (mi Hombre del Renacimiento) has mantenido también a lo largo de toda una vida la firme convicción de que tras cada suceso, anécdota o eventualidad está la providencia, sin creer demasiado en el caprichoso azar.

Así, tras unas agitadas y pletóricas juventudes la causalidad, que no casualidad, nos unió de la forma inesperada. Cada vez que recordamos todo aquello que debió pasar en nuestras historias personales para encontrarnos en aquel momento nos reafirmamos en que tan perfecto plan no pudo ser fruto de la suerte o la fortuna.

Decía el médico español Santiago Ramón y Cajal, hombre de ciencia y de certezas, que «la casualidad no sonríe al que la desea, sino al que se la merece», haciendo alusión a que ésta no es más que la consecuencia de una acción o actitud previa, el destino.

De este modo, tengo la certidumbre de que ambos merecíamos la bonita ‘casualidad’ que un día me llevó a trabajar a un lugar del que nunca antes había escuchado y a ti a mantener aquel pie dentro de tu pueblo pese a que vivías, prácticamente, viajando.

Así, abandonados a la deriva nos dejamos mecer por un sino que tras movernos e incluso, en ocasiones, vapulearnos de uno a otro lado nos arribó al puerto en el que hoy habitamos.

Pues como apunta el poema de Miguel Ángel Herranz (Requisitos para ser un naufrago) yo mantenía «la esperanza abierta, remota, de que alguien, algún día por razones que se nos escapan se salga de su ruta habitual nos mire, nos vea y quizás nos rescate». Y sin duda tú de algún modo, y no por casualidad, me has rescatado.

¡Feliz cumpleaños, amor!

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