La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

Dando revolución

Cuando lo escuché por primera vez, Pablo Milanés ya llevaba mucho tiempo dando guerra, aunque en su caso es más apropiado decir dando revolución. Era a principios de los años ochenta, días de gloria y también malditos, cuando se publicó Entre amigos, el disco que nos descubrió a los jóvenes de entonces, que no habíamos vivido los revolucionarios años sesenta, al puñado de cantautores reunidos allí para demostrar que la llamada canción protesta podía contagiar a una nueva generación. Sin embargo, cuando recién comprado el álbum doble se lo llevé a mis amigos, lo pusieron el último del montón, debajo de Radio Futura, Aviador Dro, La Mode y otros grupos que no se quejaban de nada, pero se reían de todo: ¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS? Era otra forma de revolución la que nos tocaba a nosotros. Yo les decía, esto sí es poesía, no la del maniquí del jardín botánico, y ellos subían el volumen del tocadiscos. En mi habitación de adolescente sí sonaba, una tarde tras otra. Eran otros amigos, estos invisibles, hechos de palabras y música, con los que compartir la soledad, con los que aprender a amar, con los que soportar el desamor y, también, con los que descubrir eso a lo que llamaban libertad, que nosotros creíamos tener sin conocerla y que ellos conocían sin haberla tenido.

Nos enseñaron que «la vida no vale nada si no es para perecer / Porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama», que la música consuela y es un canto a la vida, pero también un grito de guerra contra las injusticias, incluso un disparo, decían. Sus canciones fueron una escuela de sensibilidad. En ellas aprendimos una forma política y humana de mirar el mundo. Eran abanderados de la revolución. De la revolución equivocada, eso lo aprendimos luego. Pero entonces nos bastaba la sinceridad, la verdad de sus canciones. En eso sí tenían razón, pues siguen vivas cuando se han corrompido todas las causas que las inspiraron. Y es así porque el corazón desde el que brotaban estaba hecho de lo mismo que aquella habitación mía y de tantos adolescentes enamorados, desdichados y rebeldes.

Pablo Milanés no dejó de cantarle a la libertad. Su amada Cuba nunca llegó a darle motivos para creer que ya no fuera necesario. Todo lo contrario, la libertad se volvió tan desconocida allí que, como a él mismo, se la considera contrarrevolucionaria. Su música también nos enseñó a ser coherentes y que la verdadera revolución es la del amor. Aunque tantas ideas políticas hayan muerto, el ansia de libertad sigue viva, lo mismo que el amor al que dedicó sus mejores canciones. En el fondo no hablan de otra cosa. Ha pasado mucho tiempo, pero ahora me asomo a la ventana, escucho su voz tan dulce y me pregunto si me he movido de aquella habitación, del breve espacio en que no estás.

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