La Opinión de Murcia

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Luces de la ciudad

Imaginar

Hoy he comprado un décimo de Lotería de Navidad y lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido una pregunta: ¿qué haría si me tocara el Gordo? Probablemente la misma pregunta que se harán millones de españoles más y, sin duda, el mayor ejercicio de imaginación desarrollado durante los dos últimos siglos en nuestro país.

Como yo no quiero ser menos, dejo volar también la mía y disfruto de ese poder que me permite proyectar ideas, imágenes o conceptos en mi mente. ¿Puede haber algo más preciado? Según la mayoría de expertos, «la imaginación es uno de los procesos mentales de mayor importancia para el desarrollo del ser humano».

Consciente de que entrar en este mundo es una tarea ardua y compleja, seré prudente y me mantendré en la periferia. No en vano este tema ha sido objeto de innumerables reflexiones filosóficas y estudios científicos a lo largo de la historia. De hecho, Platón decidió utilizar los mitos en vez del uso de la razón porque los consideraba más efectivos para narrar algunas cuestiones sobre las contradicciones de la vida. Y el psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Jung utilizó la imaginación como parte de su método psicoanalítico: imaginación activa.

Yo prefiero ceñirme a esos pensamientos cotidianos que nos trasladan a imaginar los deseos más terrenales, esos que, agazapados en algún lugar de nuestra mente, esperan impacientes a ser liberados.

Creo, sin temor a equivocarme, que, durante la niñez, cuando la mente todavía no está contaminada y el disco duro de nuestro cerebro aún tiene espacio libre, la imaginación fluye con mayor actividad. Somos capaces de viajar en naves espaciales, aunque realmente nos desplacemos en una tabla con cuatro cojinetes o pensar que tenemos superpoderes con solo el movimiento de los brazos o que vivimos aventuras increíbles en la jungla rodeados de las macetas del patio de nuestra casa, incluso, tenemos la osadía de imaginar lo que seremos de mayores. Pura fantasía.

Pero precisamente de mayores, la cosa cambia. El paquete básico de deseos imaginables se convierte, mayoritariamente, en un paquete de deseos materiales: casoplón de dos mil metros cuadrados con piscina y lago artificial, cochazos aparcados en las calles de Montecarlo, viajes a lugares exóticos en yates lujosos… ayyy. Bueno, habrá otros que prefieran cruzar en canoa un Amazonas repleto de reptiles y mosquitos o deseen una lejana y solitaria cabaña de madera en lo alto de un monte. Y desde luego, los habrá que dirijan sus pensamientos hacia reconocimientos y éxitos personales y profesionales.

Este es el poder de la imaginación. Me pregunto si perdurará en el tiempo cuando se asiente definitivamente esa especie de realidad alternativa llamada Metaverso que nos permitirá, a través de nuestros avatares, estar y sentir lugares y sensaciones ahora imaginadas. Pero esto ya es harina de otro costal.

De momento la imaginación es libre y gratuita y tenemos todo el derecho y por supuesto, la obligación, de usarla indiscriminadamente. Lo decía Einstein «la imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo». Y desde luego no seré yo quien lo desmienta.

Por tanto, yo a lo mío. Así que, puesto a imaginar, imagino que me proponen para el Premio Nobel de Literatura. Pero entonces, llega mi buen amigo Antonio y me dice: nenico, si te lo ofrecen no lo aceptes, que es un galardón muy devaluado.

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