La ociosidad es la madre de todos los vicios», predicaba el clero en los Ejercicios Espirituales. Aún así, la Murcia modesta, familiar y provinciana, ejercía su derecho al ocio después de interminables semanas laborales. Todavía no nos había llegado el invento del fin de semana inglés y aquí, incluso se trabajaba los sábados. Sí, los sábados también eran días lectivos para los colegiales en los finales de los años cincuenta. Los días otoñales se hacían largos a la espera del domingo. Domingos de Misa con aromas a boca de estómago vacío (12 horas en ayunas antes de recibir la Comunión), de aperitivo en familia, de arroz y pollo y pastel de carne familiar. Almuerzos en los que se masticaba el nerviosismo ante la hora del fútbol en La Condomina para el cabeza de familia, el programa doble de cine en el Teatro Circo Villar, en el Popular, el Salón Vidal o en el Avenida para la muchachada.

El futbolín y el ping-pong fueron el entretenimiento preferido de los años de adolescencia, encuentros que se disputaban en las Congregaciones Marianas San Estanislao de Kotska, las que dirigieron ejemplarmente el Padre Solís y el Padre Forcada, junto a aquel señor con guardapolvos que parecía de la familia al que todos llamaban Miguel, en las instalaciones en un callejón aledaño a la plaza de Romea. Lectura de tebeos alquilados o adquiridos de segunda mano. Juegos al pares y nones en la Trapería vestida de domingo fueron toda una distracción festiva junto con la ingesta por kilos de pipas de girasol y de castañas calientes, siempre tan bucólicas ya que nadie osa recordar los gusanos que portaban.

Otro asunto más obtuso supusieron los billares, mucho antes de que se convirtieran en salones recreativos con máquinas de Pin-Ball. Destino de tardes de novillos, los billares Fontes, Alcázar o Segura eran lugar seguro para los fumadores de clases. Destacado billarista formado en sus mesas fue Pepito Carrillo en campeonatos en el Casino, dirigidos por la mano sabia de Lázaro Segura.

Aunque sin duda fue el cine el rey de las tardes de ocio. Imposible no recordar el estreno de El Último Cuplé con padres afanados por acostar a la prole y llevar a la señora al cine, aunque en realidad el objetivo era admirar los encantos de Sarita Montiel. Colas interminables en el cine Rex en sus 120 exhibiciones que supusieron todo un récord para una sala de cine de la época. Maridos embobados ante la belleza de Sarita cuando interpretaba Fumando espero con aquellos escotazos marcados por sostenes de copa que llevaron de cabeza al cura párroco, a la censura y a los castos varones de esos días. El cancionero de la película se podía adquirir en el quiosco situado en la esquina a Cetina.

En los patios de la banca, en las oficinas del sindicato vertical, en las notarías, en los despachos y en las funerarias quedaron para siempre grabados como un eco imperecedero las estrofas del cuplé… «Fumar es un placer / genial, sensual. / Fumando espero / al hombre que más quiero, / tras los cristales de alegres ventanales…». Sí, muchos se sintieron aquel hombre querido entre volutas de humo, A fin de cuentas, soñar siempre fue gratis.