La Opinión de Murcia

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La Feliz Gobernación

Ángel Montiel

Un poco menos de izquierdas

Joaquín Sabina presenta su documental en San Sebastián. EFE

Ha dicho Joaquín Sabina que ahora «soy un poco menos de izquierdas porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando, y es muy triste». ¡Ostras! Cuando lo escuché, pensé de inmediato en algunas personas de mi entorno, de inequívoca adscripción ideológica, que también con tristeza me habían venido trasladando una impresión similar en conversaciones de cañas o sobremesa. A Sabina, quien también ha mostrado estar hasta el gorro del ‘nuevo puritanismo de izquierdas’ (esa reedición del olor a sacristía de cuando el franquismo, con otros ingredientes, pero tan idéntico en tantas cosas) lo han puesto bonico en redes por deslizar su desencanto, y hasta le han sacado sus problemas con Hacienda, de modo que su reflexión ha caído en saco roto, pues la izquierda, a pesar de haber inventado el concepto de autocrítica, la practica muy poco.

En realidad, lo que está pasando no es que haya gente de izquierdas que empiece a dejar de serlo para hacerse de derechas (en muy pocos casos, aunque haya algunos sonados, se produce la conversión), pues ser de izquierdas o de derechas tiene que ver con una concepción del mundo, sino que no se sienten identificados con los partidos que la representan. La izquierda, que en su amplio abanico gobierna en España en formato coalición, se lo está poniendo muy difícil a quienes tiene por potenciales votantes, y esto a pesar de muy constatables avances en el terreno que debiera serle propio, como la reforma laboral, el salario mínimo o ya veremos si en la reforma de las pensiones. Pero todas esas prendas quedan desdibujadas en el marco general de una política a rastras de sus implacables dependencias por parte del PSOE o de la acumulación de tontás desde las filas de Podemos.

La reciente encuesta del Cemop detectaba en la Región de Murcia un más significativo que nunca trasvase de votos desde el PSOE al PP, lo cual debiera resultar especialmente alarmante para los socialistas, pues puede ocurrir que el desencanto que provoca su alternativa no se traduzca en abstención, sino en voto activo a la contra. Y esto a pesar de que al otro lado de la acera no hay precisamente reclamos estimulantes, lo cual describe una situación aún más fatal: la derecha no encanta sino a sus adictos y sobrevive porque un amplio sector de la población no ve otra referencia para endosarle la papeleta, algo todavía más llamativo cuando todo indica que el PP se precipitará al abismo del abrazo a su ala extrema. 

Que la derecha no seduce, pero se muestra solitaria en el capítulo de las expectativas, se constata en otros datos del sondeo del Cemop: ¿cómo explicar que la mayoría de los encuestados identifiquen al Gobierno autonómico como uno de los principales problemas de la Región y, sin embargo, el presidente López Miras resulte ser el político mejor valorado y sus expectativas electorales sean crecientes? Aquí hay alguna anomalía, que solo puede consistir en que la alternativa de izquierdas se percibe como averiada. Virgencica, que me quede como estoy. Los partidos de izquierda se muestran incapaces de atraer ni a muchos de sus propios, y se les observa refugiados en sus burbujas, donde se dan la razón a sí mismos e ingenian adversarios por doquier, reales o ficticios, para pretextar su enrocamiento. 

Provoca vergüenza ajena escuchar a una de las ministras aparentemente más sensatas del Gobierno, Margarita Robles, por lo demás magistrada de altos vuelos, declarar, para justificar la rebaja del delito de malversación, que «no es lo mismo quien se lleva el dinero que aquel que no». Es decir, que si robas de la caja de la Administración para hacerte un chalé o comprarte un barco, es grave, pero si lo haces para financiar al partido o para comprar votantes, el delito tiene eximentes. Al contribuyente, sin embargo, lo despluman de igual manera tanto si sus impuestos los utilizan para registrar una cuenta personal en Suiza como si es para comprar voluntades políticas, con el agravante en este último caso de que también es estafado en las elecciones, pues el partido beneficiado por la malversación aparece dopado ante las urnas. 

¿A qué grado de depravación conceptual y democrática están llegando estos políticos que se dicen de izquierdas, y si dicen que lo son deben serlo? No han tenido el cuajo de indultar a Griñán, uno de los mayores ladrones de la historia democrática de España por el volumen de su afananza, y se proponen cambiar el Código Penal a posteriori de la sentencia que lo condena con evidente levedad para sacarlo retroactivamente de la cárcel. O para darle una nueva oportunidad electoral a Junqueras, después de que éste hubiera pretendido subvertir el orden constitucional en Cataluña, a cambio de que Ezquerra respalde los presupuestos del Estado. El Gobierno del PSOE cambia las leyes ad hoc, no en previsión de los delitos, sino para una vez consumados éstos, aliviar las penas de quienes los cometen. Y siempre con referencia, no al ciudadano corriente, sino a miembros señalados de la clase política, y más en concreto de la de su bando, aunque de rebote el PP también pueda beneficiarse (véanse los casos judiciales en curso en la Región de Murcia). 

Enseguida responden: esos son argumentos de la derecha. Pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. 

Hace unas semanas escuchaba de boca de un alto dirigente del PP: «En la localidad X los socialistas tienen un alcalde muy apreciado incluso por nuestros simpatizantes, de manera que allí tendremos que hacer una campaña en la que no nos metamos con él, sino con Pedro Sánchez». Ahí está la clave. Poco importa que haya socialistas que lo hagan bien y sean respetados por sus administrados si las siglas las carga un Gobierno central que, en algunas de sus derivas más impactantes, produce desconcierto entre quienes quisieran verse representados por él. 

Da la impresión de que al Gobierno central le importa poco el impacto que algunas de sus más relevantes decisiones pueda tener en la periferia autonómica. Alguno de sus portavoces ha dejado caer la estrategia: «Lo de la malversación se olvidará pronto, como ya se ha olvidado el indulto a los responsables del 1-O». Pero es que es una cosa con otra. ¿Qué será lo siguiente?

Véase el caso de la Región. ¿No perciben en la dirección nacional del PSOE que el candidato socialista a las autonómicas, Pepe Vélez, no presenta el perfil adecuado para tratar de volcar la situación política en Murcia, y esto sin necesidad de que esta impresión la ratifiquen las encuestas? Claro que lo perciben. Sin embargo no quieren hacer experimentos porque Pedro Sánchez prefiere un dirigente regional sumiso antes de que en esta esquina le salga otro García Page, un Lambán, un Fernández Vara, ni siquiera un Ximo Puig. Mejor un aplaudidor ante cualquier cosa que alguien con espíritu crítico que piense, no ya en los intereses de su Región, sino en los suyos propios como candidato electoral. 

También Podemos se está cubriendo de gloria. En vez de admitir la chapuza de la ley del ‘sí es sí’ han derivado toda su retórica de cajón contra los jueces que la aplican, que son tildados de fachas (Sánchez Serna dixit, sin reparar en que los jueces que ahora excarcelan son los mismos que antes de la ley condenaron), y su portavoz parlamentaria en la Región, María Marín, ha encontrado además el prototipo en el presidente del Tribunal Superior de Justicia murciano, Miguel Pasqual del Riquelme, quien sufre el pecado original de que el CGPJ le adjudicara el cargo ¡frente a una mujer! Prueba de machismo, sin duda. Además, se da la circunstancia de que una denuncia de Podemos contra un hermano de este magistrado no prosperó, lo que pondría en evidencia la parcialidad de la Justicia. Para que la Justicia fuera imparcial tendrían que haberlo condenado; esta habría sido la prueba del nueve, se deduce.

Además, desde el aparato ministerial de Irene Montero, la exmagistrada Victoria Rosell hace indicaciones públicas a los medios de comunicación para que no entrevisten a los abogados de los violadores excarcelados gracias a la retroactividad de la ley, indicaciones que tal vez en Cuba serían seguidas al pie de la letra, pero el inconveniente es que en España todavía existe prensa libre. A pesar de Podemos y de las dianas en que colocan a medios y periodistas que les incomodan, sin duda otro hatajo de fachas. Aquí, quien contradice a Podemos o señala errores que son tan evidentes como subsanables es un facha o un machista. Porque lo dicen ellos, que disponen del molde, y punto. 

De este tormento de insultos, descalificaciones y salidas de tono autoritarias no se libra ni Yolanda Díaz, la única ministra que en representación de Podemos puede atribuirse un trabajo constructivo en el Gobierno. Como su posición respecto a los efectos previsibles de la ley del ‘sí es sí’ no ha sido la de cerrar filas con Irene Montero contra el estamento judicial, ha salido a escena el marido de ésta, Pablo Iglesias, para declarar que «ponerse de perfil cuando machacan a una compañera no solo es miserable y cobarde, sino también estúpido». Una reproducción del modelo rumano que representó Nicolás Ceucescu y su esposa Elena, que tengo especialmente viva porque acabo de leer Cegador, 3. El ala derecha, de Mircea Cartarescu.

Podemos se desliza entre el amateurismo chapucero, la autosatisfacción cada vez más cerrada y la falta de empatía hacia su electorado original a la plena irrelevancia mientras practica, incluso desde el poder, una política panfletaria plena de descalificaciones generalizadas a todo lo exterior sin que les importe la estigmatización de instituciones y personas. Tan ensimismados están que su principal habilidad parece consistir en desalojar de su seno a los activos que más destacan por su valía, como es el caso de Ginés Ruiz Maciá, portavoz todavía en el ayuntamiento de Murcia. Mal porvenir se les ve, a juzgar por los bochornosos debates de tinte exclusivamente personalista que a cuenta de la cuestión ‘unidad de la izquierda’ pueden seguirse en las redes sociales.

Dice Sabina que ahora es «un poco menos de izquierdas». Están las izquierdas como para serlo un poco más.

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