La Opinión de Murcia

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Belén Unzurrunzaga

Salud y rock and roll

Belen Unzurrunzaga

Elon, no me jodas

Elon Musk.

Soy de la generación que pasó su adolescencia sin redes sociales, eramos felices y estábamos conectados gracias al contacto social, el teléfono fijo y las cartas escritas a bolígrafo. Parece que soy más vieja que el hilo negro, pero esto que les cuento no pasó tampoco hace tanto tiempo, unos 32 años más o menos... bueno, quizás sí. Enseguida llegó internet y ese momento familiar en el que nadie podía llamar a casa cuando nos conectábamos y sonaba el módem al encenderse. Llegó Terra, Yahoo, me abrí una cuenta de correo electrónico en Hotmail, y comencé a chatear a través de Messenger e IRC, hasta aquí todo bien. Nuestra manera de relacionarnos realmente cambió en muchos aspectos con la llegada de Facebook, y de aquí no me bajo. Maldita la hora en que a la gente del colegio e instituto se les ocurrió que había que buscar a sus compañeros de promoción para montar comidas y hacer reencuentros. En los encuentros de promociones de antiguos alumnos es cuando empezamos a irnos a la mierda, ¿están conmigo? 

Cuantas comidas de antiguos alumnos han acabado en divorcios, borracheras extremas, cumplir venganzas del pasado, declaraciones de amor trasnochadas que ahora ya no tocan, recordar anécdotas que por algo habías olvidado, ¡qué necesidad de volver a juntarnos! esos encuentros nunca salen bien, créanme, sé de lo que hablo. Aunque haciendo honor a la verdad, no todos los reencuentros son tan nefastos como alguno que ha venido a mi memoria mientras les escribo esta columna. 

Pero volviendo a las redes sociales, para lo único que vale Caralibro es para recordarnos los cumpleaños de los más de 500 amigos que tenemos, por lo demás nada bueno ha salido de ahí. Aunque para mi desgracia ahora ni los cumpleaños puedo recordar, olvidé las contraseñas, llevo más de un año sin comunicarme por allí, y no se lo van a creer pero, sigo viva. 

Pero si hay una red que realmente me fascina por la creatividad, rapidez, inteligencia, humor e ingenio de sus usuarios es Twitter. Lo confieso, vivo en Twitter. Es mi buscador de noticias, lugar donde he descubierto personas a las que después he conocido y hoy están en mi vida y se quedarán para siempre. El lugar del que saqué alguna que otra conquista amorosa, también donde recibí sin pedirlo fotopenes, y donde cada día me río a carcajadas por el humor, ironía y carácter de mi timeline, al que desde aquí aprovecho para decir que os quiero una jartá. Llegué aquí gracias a Enrique Olcina, con el que comparto página en este periódico: cogió mi móvil, me puso el nombre y hasta hoy. No tengo vidas para agradecerle estar en este universo tuitero.

Muchos dicen que Twitter es una ciénaga, un lugar lleno de odio y gente perversa, donde los bulos y desinformación generan crispación, tensión entre partidos que acaba en la calle y la ciudadanía. La comunicación política ha cambiado, los partidos políticos en la actualidad se comunican a golpe de tuits, a través de la red del pájaro. Pero también es un lugar donde descubres historias conmovedoras, donde Twitter hace su magia y ayuda a personas y donde muchas y muchos usuarios a pesar de los Girautas de turno, Alvises, Negres y Cantós que hacen de este lugar algo un poco peor, a pesar de todo, aquí queremos seguir. 

Así que, Elon, no me jodas, cómprate otro juguete y déjanos en paz. Personas como tú son las que sobran en esta red. Nosotros, de los que muchos somos cierrabares aquí nos vamos a quedar hasta que enciendan la luz y nos inviten a salir. 

Hemos vivido una pandemia con el perfil coronavirus que nos sacó siempre una sonrisa en momentos bien jodidos, vivido el minuto y resultado del asalto al Capitolio, comentamos Eurovisión, y somos todólogos como César Carvallo, que sabe y opina de todo. ¿Qué será de nosotros sin comentar Cachitos en Navidad, a través de Twitter?

Esto sí que no lo vi venir. 

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