La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

Arte de otoño

Las palabras construyen imágenes. Cuando se escribe siempre se dice algo. Aunque sea, por ejemplo: «la arena se deshace entre los dedos». Cada palabra es un fragmento como un árbol lo es de un bosque. Las palabras escritas miran hacia delante, no son nada sin lo que viene detrás. Si dejamos una página en blanco, los ojos la recorrerán como un intervalo, una pausa. El fin o el comienzo de algo nuevo. Incluso si se utilizan para socavar el poder de la palabra, se hará mediante la acumulación de palabras. Un punto y aparte en la escritura está lleno de sentido, es una expectativa, un terreno preparado para una aparición.

El arte, sin embargo, puede crear deshaciendo, quitando capas al lienzo blanco, que es el final. No es un fragmento, sino el bosque mismo. Pensé en esto mientras visitaba la exposición Mi famosa serie blanca, de Miguel Fructuoso, en la Sala Verónicas. Era el domingo, una mañana espléndida de otoño, la estación más extraña de todas. Parecido a una página en blanco o un lienzo, el otoño sabe que no puede durar, pero permanece a la espera, mientras una luz ocre va borrando las huellas del verano y el paisaje, de tan diáfano, parece a punto de desgajarse de la realidad.

La sala te acoge como si dieras la vuelta a la página y en lugar de entrar en un bosque encontraras solo sus sombras. La primera impresión es de desconcierto, de franquear una puerta y salir a la intemperie, para perderse en un descampado con enormes tapias cuyas superficies hubieran sido rayadas con un palo o una piedra, trazando surcos irregulares en la pintura. Todo parece un derroche de espacio y de blancura para nada, da tal sensación de fugacidad que la mirada se eleva por encima de los cuadros, hacia los capiteles de las columnas, los balcones… como en busca de algo duradero, tangible, fiable…

Pero al rato, siguiendo los surcos de la pintura, te envuelve una luz de nieve que surge misteriosamente de los cuadros. Las líneas se vuelven reconocibles. La realidad está ahí, en las grietas, y es tan delicada o maltrecha que no parece creada por la mano del artista, sino por el tiempo mismo en el espacio despojado del otoño, como el paisaje con barcos que ya solo se desvela en la memoria. Las palabras de Ángel Calvo en la introducción a la exposición ayudan a comprender el paseo por este mundo fantasmal en el que la realidad se deshace como arena entre los dedos para recordarnos de qué forma imaginaria pasamos por la vida.

Al salir de la sala, el contraste te obliga a detenerte en el umbral como si atravesaras las grietas del lienzo. El sólido mercado de Verónicas con el ladrillo enmohecido, la puerta de hierro manchada de excrementos de palomas y la bicicleta atada a la farola me llenan de una felicidad repentina, como si me recordaran de qué estamos hechos.

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