La Opinión de Murcia

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Le veo así

Pity Alarcón

Medios públicos de comunicación

Siempre he admirado el funcionamiento de la BBC. Su independencia del Gobierno inglés y su pensar siempre, por encima de todo, en los intereses del espectador. Para mí, es un ejemplo de funcionamiento de televisión pública, y hablo de esto con un punto de envidia, porque lo más cerca que RTVE estuvo de acercarse a los parámetros de la British Broadcasting Corporation, o BBC, fue cuando en el 2006, Rodríguez Zapatero decidió una reforma radical del modelo de RTVE. Un tiempo, el de Zapatero en el Gobierno de España, en que cambió la televisión pública dotándola de una independencia profesional que jamás había conocido antes, con una gestión impecable de Fran Llorente como máximo responsable de informativos de TVE , que propició que se trabajara con criterios profesionales, haciendo que RTVE conociera una etapa de dignidad, iniciándose así un camino que debió de haber continuado en el tiempo, pero que fue cercenado de raíz cuando el PP y Mariano Rajoy ganaron las elecciones generales, en noviembre del 2011.

Ahí se acabó el soplo de aire fresco que había hecho posible que nos sintiéramos orgullosos de nuestra radio y televisión publicas. Tan orgullosos, que nos apresuramos a compararla con la BBC, con el ejemplo máximo de libertad de un medio publico, olvidando que si esa cadena es un reflejo de la sociedad británica (los ciudadanos pagan para el mantenimiento de la BBC un canon de poco más de 150 euros al año), también es un reflejo de sus políticos.

Imposible imaginarnos en España al director general de RTVE enfrentándose al Gobierno de turno para discutirle lo conveniente, o no, de un determinado reportaje, de una concreta información. Pero en Inglaterra sí es posible encontrarnos, por ejemplo, con la tensa relación que mantuvo Margaret Thatcher con la BBC por entender que la cuestión de la Guerra de Las Malvinas no la estaban tratando desde el punto de vista del Gobierno, o años más tarde, por la inclinación de la BBC hacia la figura de la princesa Diana, en detrimento de la del hoy rey Carlos III.

Pero al margen de RTVE, la realidad de España con los medios públicos, con la falta de libertad de éstos, es escandalosa. Porque ninguna de las doce televisiones autonómicas que tenemos, en general, están a disposición de los ciudadanos; antes al contrario, su servidumbre al poder de turno es absolutamente vergonzosa.

Doce televisiones autonómicas, doce televisiones públicas, a las que no se les pide el cumplimiento de unas mínimas normas que no las convierta, ahora lo son, en ‘la voz de su amo’ y, sobre todo, que se vean obligadas a ofrecer una programación medianamente digna. Una programación, que no nos avergüence.

Por cierto, el lema de mi admirada BBC, cuyo autor fue el escocés John Reith, su primer director, se resume así: «Informar, enseñar, y entretener». Una norma que se da a conocer en todas las facultades de periodismo, porque es a lo que un medio de información de estas características ha de aspirar.

Pero, tristemente, olvídense de que esto se haga realidad en estos medios públicos donde, en algunos, puede hasta permitirse que alguien que aparece en pantalla, que está hablando, pueda salir degustando caramelos, y para justificar este incalificable hecho, pueda decir barbaridades, vulgaridades del tipo de: «y si viene un ricachón aquí, ¿voy a estar yo con peste a ‘papo’?», «claro, yo tengo que estar con olor a miel». Para en el colmo de su zafio sentido del humor, mirar a uno de los cámaras y decirle: «En ti no se va a fijar si es hetero. Entonces, claro, si viene un ricachón buenorro tendré yo que oler, que no tenga yo peste a ‘papo’, yo tengo que oler a miel y limón».

Sí, esto, tristemente, ocurrió hace unos días en La 7RM.

Difícil asimilarlo.

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