Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida

Evangelio del 33o domingo de Tiempo Ordinario. C. 13-11-2022

La predicción de la destrucción del Templo de Jerusalén es, con máxima probabilidad, la causa remota de la condena a muerte de Jesús por parte de los sacerdotes y a manos de los romanos. El Templo era el instrumento de sumisión y dominio por parte de la élite judía al servicio de la dominación romana y fue, desde el comienzo de la predicación de Jesús en Jerusalén el objetivo de sus ataques. En los cuatro evangelios encontramos varios pasajes en los que Jesús se enfrenta a los que gestionan la religión desde el Templo y hasta llega a utilizar la violencia para «purificarlo», expulsando a los mercaderes del atrio donde se ejecutaban las finanzas, pues el Templo de Jerusalén, como cualquier templo en la antigüedad, era utilizado como lo que hoy es un banco. Allí se debían adquirir los animales para el sacrificio, cuya carne era posteriormente vendida para consumo. Para realizar los intercambios económicos no podía utilizarse otra moneda que la del propio Templo, lo que implicaba tener que cambiar el dinero por los siclos, moneda apropiada por ser considerada ‘pura’ frente al resto que no lo eran. De todos estos intercambios (animales, carne y monedas) obtenían los sacerdotes del Templos amplios beneficios que les permitían controlar a la población. Además, todo judío debía pagar el impuesto correspondiente al Templo y solo allí podía adquirir cualquier objeto que debía usar en su vida piadosa. Es decir, los sacerdotes habían convertido la casa de oración de Dios en cueva de bandidos, como muy bien les espetó Jesús cuando expulsaba a los cambistas látigo en mano.

Un día sus discípulos, al contemplar la magnificencia del Templo y las riquezas de sus adornos y exvotos, quedaron maravillados, pero Jesús les sacó de su ilusión radicalmente: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Podemos decir que estamos ante un lenguaje profético y performativo, es decir, pretende producir aquello que enuncia. No es una mera predicción, es la expresión de un deseo. El Templo no cumple la función de servir de mediación entre Dios y el pueblo, sino que sirve como impedimento para esa relación. El Templo, por tanto, será destruido y de su destrucción surgirá la nueva relación basada en el corazón y la misericordia, no en los sacrificios y plenilunios. La crítica de Jesús al Templo es el epítome de la crítica a una religión que se había convertido en un mero formalismo ritualista carente de fuerza salvífica, pues la salvación que trae Jesús está radicada en el proyecto del Reino de Dios, que no necesita templos, a no ser que estos sean templos vivos: las propias personas que se suman al proyecto.